De las fiestas falleras se ha dicho de todo y como quien no gusta de complicarse la vida, pues uno se abstiene de responder a golpe de gong para evitar calentones, discusiones absurdas y simplezas según de quien venga la insolencia.
No nos olvidemos que en una Comunidad Autónoma como la valenciana, donde se aglutinan cerca de ochocientos colectivos falleros, con un censo de más de doscientos mil efectivos, sobre una estimación de cinco millones de habitantes, la proporción no deja de ser trascendente, por cuanto se extienden por todas las poblaciones más importantes de las tres provincias, salvando las capitales de Castellón y Alicante, que tienen sus propias fiestas locales.
Nos quejamos los falleros de los inconvenientes de todo orden que nos salen al paso, estrechando cada vez más con nuevas normas el cerco de nuestras libertades para realizar las funciones de concretas actividades al aire libre. También en nuestros locales privados, con los recientes señalamientos de clases A, B y C según el uso para el que se destinen. Y eso que nuestros centros no están abiertos al público, vamos, que hay que llamar a las puertas y pedir permiso para entrar.
Los movimientos vecinales se apresuran en cualquier época del año en llamar a los retenes policiales ante la más mínima incomodidad, coche dudosamente aparcado o niños jugando en las aceras. Las denuncias nos llueven a diario.
Por otra parte los falleros nos empeñamos en recalcar que los festejos ocupan sólo cuatro días del año y que las molestias se reducen a este breve periodo. Sabemos que en su mayoría no se ajustan a la verdad. Desde que existen los casales y cada comisión tiene el suyo propio, con más o menos frecuencia las molestias se ramifican durante bastantes épocas del año con un sinfín de actos y eventos.
Salir a fumar a la calle colmó el vaso de la intolerancia vecinal. Otra de las consecuencias de la cadena de prohibiciones que nos acechan, por obra y gracia de la terquedad del auditorio.
Pese a que las disposiciones dejan bien claro y se cumplen los requisitos para las instalaciones de las carpas en las calles, los vecinos exageran las quejas y los supuestos, de manera que cada vez se vienen arriba en sus exigencias y los agentes locales no tienen más remedio que acudir para atender las llamadas, incluso a mitad de la mañana, por más que lo lamenten como profesionales y así nos lo hagan entender.
Este año en la mayoría de los colegios de la Comunidad los días 16 y 17 de marzo serán lectivos, aunque en muchos de ellos han declarado festivo el 20 por conveniencia del “claustro”. Era más fácil enchufar el puente corto y así enganchar hasta el lunes día 23.
No acabaríamos con matices y reyertas. Es por ello que preferimos cerrar el ciclo una vez más con las recomendaciones tantas veces repetidas. Todo esto quedaría singularmente paliado si de una vez la cerrazón de las “vacas sagradas” apostara por el cambio de fechas y que las ofrendas se celebraran en sábado y domingo. Que no, que la tradición quedaría intacta. Recuerden, todas las fiestas más importantes de la ciudad se celebran en festivos, Pascua, San Vicente, la Patrona, y por qué no San José. Calculen los inconvenientes que nos evitaríamos sólo con los vecinos.