Un año más el fuego cumplió con su cometido. Las llamas devoraron en breves instantes todo un ejercicio de sueños e ilusiones. Y ahora, días después, con la mente fría y el espíritu renovado, llega el momento de analizar aquellos detalles, que el purificador rito nunca llegó a fagocitar.
Ya no hay remedio, pues todo ha concluido, pero si repasamos fríamente las imágenes de las fallas plantadas, el recuerdo de los visitados, y los comentarios de aquellos amigos y falleros con los que hemos hablado, veremos que poco, o nada ha cambiado en los últimos años.
Los pasados días 15 y 16 de marzo volvieron a salir a la calle un gran número de falleros con el fin de valorar, de juzgar, y en el mejor de los casos, de premiar el trabajo de una serie de profesionales. Los hubo serios, formales, ecuánimes, e incluso comprometidos con el lograr el veredicto más justo posible. Pero hubo otros, profesionales de estas lides, que un año más salieron a la calle en busca de la palmadita en la espalda, del abrazo fácil, de la copa gratis en casal ajeno, de la autoproclamación en los altares falleros de su supuesta cátedra fallera. Todo un ejército de dudosa objetividad.
Este grupo de "ilustrísimos" falleros, volvieron a hacer y deshacer en diferentes categorías, volvieron a jugar que no juzgar, no sólo con la ilusión de comisiones, si no con el pan de un gran número de artistas y sus respectivas familias, a los que no les quedó más consuelo que el pataleo.
Visto lo visto, podríamos llegar a entender que siguen existiendo premios prefijados antes de salir a dar la ronda, compensaciones varias por amistad, por proximidad, o por cualquier otro motivo que venga al caso.
Para poder corroborar estas conjeturas, basta con realizar un sencillo ejercicio, repasen las listas de premios, comparen con otros años, busquen quienes fueron los jurados, y verán que extrañas coincidencias nos depara el destino.
Señores, ¡¡¡Basta ya!!! Obliguemos a que se valoren las fallas respecto al trabajo realizado por el artesano. Dejémonos ya de gustos personales, amistades, enemistades, y de "profesionales" que año tras año repiten y repiten cargo por la regla 48.
Cuando escuchas en la calle tantas voces disconformes es que algo falla en las fallas. Da igual en la categoría que sea. Desde la más cara a la más modesta.
Tiene que dar igual si el estilo plasmado por el artesano nos acerca a la década de los 60, 80 o a las líneas del modernismo de principios del siglo pasado.
Ya está bien de libres interpretaciones, todo por escrito, con nombres y apellidos. Y que después cada uno sea capaz de defender su valoración.
Innovemos de una vez por todas, y no me refiero al concurso de experimentales, en ese concurso ya se nos antoja que cuanto más antiguo sea el proyecto, o refrito de hoguera alicantina, o más incomprensible para el gran público, más posibilidad tiene de obtener premio. Me refiero a innovar de verdad. A comenzar de nuevo. Con unas bases claras. Con unas caras nuevas. Y con una sola e irrenunciable premisa, objetividad.
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