Siempre he mantenido, y sigo haciéndolo, que los días previos a la plantà son las fechas donde más se disfruta del monumento. Todos aquellos seguidores del arte efímero de las fiestas josefinas saben perfectamente de lo que hablo, porque durante esa semana anterior al 15 de marzo, las visitas a las distintas demarcaciones, donde se plantan las fallas más importantes, es una incesante procesión en busca de los detalles más significativos de cada una de ellas.
Son muchos años ya de seguir ese obligado recorrido para así conocer de cerca la evolución de cada monumento, los problemas que surgen cada instante y la maña que los diferentes artistas emplean en solucionarlos. Desde el estudio de espacio donde ha de ir plantada, la orientación que debe llevar, la colocación de la primera pieza y el ensamblaje de la estructura central, son vivencias que todo entusiasta de las fallas no se puede perder. Ahí es donde está el meollo de la cuestión, ahí es donde el artista se juega una buena parte de su prestigio y del premio que llegará en unos pocos días.
Cuando observas todas esta evolución, cuando escuchas los comentarios del artista y su equipo, entonces te das cuenta de lo mucho que hay que saber para hacer esas obras de arte y lo poco que entendemos los que andamos a su alrededor. Es un arte, pero también un oficio. Un oficio que se ve, que se demuestra, lo mismo que ocurre con aquel que no lo tiene, y de lo que, por desgracia, hay sangrantes ejemplos de ello.
Cuando un artista traslada el monumento de su taller a la plaza correspondiente, ya tiene claro la situación de cada pieza para su posterior ensamblaje. Después, todo nos parece tan sencillo, el cómo se van acoplando y cómo se va componiendo el monumento que unos meses antes tan sólo era un montón de dibujos sobre unos lienzos.
Pero no sólo se disfruta y se aprende del arte que son capaces de desarrollar nuestros artistas, también hay otra "cultura fallera" que es digna de interés, sobre todo de los que solemos informar de ello. Me estoy refiriendo a lo puramente "especulativo" respecto a resultados, políticas de despiste, "desgaste", bocanadas de humo, etcétera, que suelen practicarse desde las distintas comisiones. Es realmente curioso ir conociendo esas "artimañas" que se ponen en marcha, pero, sobre todo, la evolución de las mismas a medida que van tomando forma los monumentos.
Donde dije digo, después de lo que se va viendo, muchos lo cambian por que dije Diego, y eso es una mala señal que pone a cada uno en su sitio. Lógico que las esperanzas en un principio sean grandes, pero también es cierto que con esas composiciones que cada día avanzan, se va viendo la realidad y las rosas se convierten en espinas, o viceversa.
Pero, y esto hay que decirlo, existen verdaderos maestros de esta "cultura" del despiste, sobre todo presidentes o vicepresidentes de esas punteras comisiones que todos conocemos. Que si desde unos "píntamelo de amarillo", que si desde otros "Chiqui, chiqui, chiquita", que si "mucho hierro", o "los fantasmas no cuentan", etcétera, etcétera. Frases que para el profano no dicen mucho, pero que para los que andamos en el "ajo" tienen todo un significado.
Como apuntábamos, a medida que avanzan los montajes los rostros van cambiando y esas frases, o se hacen realidad, o se las come uno con patatas. Claro está que los destinatarios de esas "populares" frases no somos capaces de reprochar, ni tan sólo mencionar, más que nada por delicadeza y porque sabemos que esto forma parte de la fiesta.
Existe otro componente, más serio, que es el que se va produciendo en los artífices de esas obras de arte, donde los semblantes de alegría, que no euforia, de los artistas van cambiando con las noticias que les llegan de la "competencia" y se tornan en más alegría o en pesadumbre. Porque ni ellos mismos pueden aventurar el resultado exacto de su propia obra. En taller son todo cálculos y conjeturas. En la plaza llega la realidad de esos cálculos que, a veces, dan unos tremendo disgustos. Esa pequeña diferencia puede significar el llegar o no llegar, el conseguir un lugar destacado o simplemente haber cumplido el expediente. Y eso también es un riesgo que los artistas conocen y que asumen.
Pero lo bien cierto es que cuando llega el día 15 el monumento es una realidad, el trabajo está acabado y la suerte echada, esperando que el jurado vea toda la realidad, todo el esfuerzo y sepa trasladarlo a su veredicto final, cosa que, desgraciadamente, no siempre ocurre.
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