Cuando allá por el mes de junio de 2001 doctos congresistas elaboraron el vigente Reglamento General Fallero, hecho y pensado para desarrollar con toda su magnitud la mal llamada picaresca fallera, no hicieron más que dejar todas las puertas abiertas a los listos de la fiesta para que camparan a sus anchas y salir con ventaja respecto de los que circulan de buena fe por el precario librillo de los articulados.
Dejaron sin efecto entre otras cosas la posibilidad de valorar desde el punto de vista técnico aspectos de la fiesta que sólo especialistas en materias concretas podrían auditar y desmontar actuaciones fraudulentas.
Se cargaron de un plumazo los reglamentados jurados de estimación, haciendo desaparecer de la órbita legislativa posibles denuncias que en la Delegación de Incidencias se presenten inhábiles, faltos de recursos en materia jurídica para resolver.
Eso sí, dejaron un reglamento prácticamente perfecto para regular todos los aspectos internos de Junta Central Fallera y obviaron de puertas hacia fuera cualquier posibilidad de atar corto a las comisiones falleras, al margen de legar de oficio aspectos rutinarios.
Hubo quien se preocupó y mucho de meter con embudo todavía más a las agrupaciones bajo la jurisdicción del órgano rector JCF, acatando todas las directrices del Reglamento, cuando éstas no nacieron precisamente con esa intención.
La mayor parte de las agrupaciones han quedado como simples reliquias de lo que debieron ser, ocupándose simplemente de salvar la papeleta y celebrar actos folclóricos, consumir subvenciones y rendir culto al protagonismo.
No había más que ver con qué complacencia participaron los presidentes/as con sus parejas, de la fiesta de despedida de las Falleras Mayores y cortes de Valencia el pasado día 2 de octubre en el Alameda Palace, recibiendo los nuevos la insignia de Junta con toda solemnidad.
Excepto para manipular aquella comisión con la complacencia notoria de "una mano en estado de gracia", sigo sin entender para qué sirven los entes Interagrupaciones y "derivados", y continúo preguntando a falleros de comisiones integradas y presidentes, resultando que tampoco lo saben, no hay conclusiones.
A este invento creo que ya no le queda ni el postizo protagonismo de antaño.
Es cierto que en su etapa de vigencia los Jurados de Estimación apenas ejercieron sus funciones, no hubo denuncias de significadas cuantías y solamente se ocuparon de rencillas de menor entidad entre artistas y comisiones.
Pero desde que se establecieron las subvenciones del Ayuntamiento para fallas, iluminación, cabalgatas y otros eventos, hubo ocasiones que se hizo notar la necesidad de su intervención y en un caso concreto de fraude en las facturas presentadas para las subvenciones por iluminación, quedó el expediente para los juzgados de instancia por razones de mayor gravedad jurídica.
Un segundo sumario se resolvió por reconocimiento de la comisión en cuestión, asumiendo los cargos y las sanciones.
Y no digamos si hubieran cotejado valoraciones de algunas fallas que -sólo podemos decir- se supone se llevaron tajada hinchando el globo en sus declaraciones cerradas sobre el monumento y viceversa.
Y las fallas infantiles de las que nadie se ocupa de si efectivamente no rebasan el valor de la grande como indica el Reglamento.
Repasando esta hermosa obra del arte de la pifia, me encuentro con un librillo de papel de fumar, por no señalar al del rollo. ¿No vale la pena insistir para lo que sirve?
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