Yo me confieso a menudo conmigo mismo, y con la misma incredulidad que lo hago me doy la absolución y no me impongo penitencia porque, al fin y al cabo, me tengo en mucha estima. Y qué leñe, que me tendré que querer. Pero es verdad, a veces peco mucho y me absuelvo mucho también. Cuando hablo de pecar no me refiero a pecados mortales, no. Veniales, y si acaso muy livianos.
Pues andaba yo pecando mucho este mes y en plena vorágine decidí una vez más absolverme de ello cuando me dije “no”. Ni por asomo. Vamos, que ni de coña me absuelvo yo de esto, porque no es un pecado. Es, si me apuran una bendición. Les cuento.
Andaba yo de taller en taller viendo esto y aquello, hablando mucho con todos y sacando no pocas y jugosas conclusiones sobre el año que se nos viene encima a nivel de monumento, cuando me vi espetando al aire un “viva el refrito” que quitaba el hipo. Sí señor. Que viva el refrito, y por muchos años.
Para la concurrencia diré, antes de que piensen que no soy yo el que escribe esto, que me siguen poniendo -y mucho-las fallas originales, los proyectos nuevos y los diseños más atrevidos del mercado. Que soy fan de lo que soy fan, y que me siguen sin gustar los trabajos faltos de buena técnica, de razón de ser, de coherencia estética, de sátira, ingenio, gracia y demás hierbas.
Dicho lo anterior, sigo con lo del refrito. Qué gusto da, oiga usted, ver un volumen que ya has visto anteriormente y que es obviamente un refrito, bien tocado, argumentado, nada expoliado, totalmente adaptado, reformado, cambiado y hasta incluso alterado del todo para ser otra cosa. Elogios es lo único que me merece.
Esto se ha hecho siempre, y hay refritos y refritos. De hecho es uno de los elementos que sostiene a la industria artesana fallera.
Creo que cuando he dicho lo anterior he oído ruidos. Debía ser alguien que se rasgaba las vestiduras. Pues que se ponga una bata o pillará frío, porque va a seguir rasgándoselas.
El refrito ha sido y es la base de la subsistencia de un taller. Es la opción más rápida para ofrecer, entre otras muchas cosas, calidad y volumen a un coste asequible. ¿O es que aún pensamos que con 9.000 euros podemos tener veinte metros de falla y originales?*
Los vendedores de cartón han provisto al artesano siempre de una materia prima excelente. Y digo materia prima porque todo aquel que ha tenido inquietud ha “moldeado” el cartón a su conveniencia, y lo ha transformado en lo que ha querido, claro está, a un coste mucho más reducido que si tenía que modelar todo nuevo.
Si profundizamos en el tema del refrito podríamos hablar de los entrañables, de los sospechosos habituales, de los conocidos, de los “porritos” y hasta poner nombres y apellidos a más de uno. Siempre hay que buscar lo original, pero si no puede ser algo habrá que plantar.
Todo este elogio del refrito viene al caso porque con motivo de las jornadas sobre nuevas tecnologías y su aplicación en el mundo de las fallas se habló del robot y del refrito digital. Y aquí volví a decirlo. Viva el refrito.
La digitalización de los proyectos y su posterior plasmación en tres dimensiones sobre corcho blanco abre la puerta a un sinfín de posibilidades, siempre de la mano de escultores y artistas, ya que la tecnología es una herramienta, no un sustituto.
El escaneo y el corte o la pieza robotizada es sólo el siguiente paso en el mundo del refrito. Un paso que deja abierta la puerta de par en par, sobre todo a proyectos nuevos, ya que ahora es más fácil poder plantar una falla de nueva factura con pocos recursos económicos. Pero en el caso de que se opte por el refrito, sopla bonanza en el ambiente. Se renueva el catálogo de los grandes volúmenes. Y el artesano podrá seguir siendo eso, artesano, y además, fíjate tú, comer a diario. Esa es la realidad. Viva el refrito.
*Nota: Lo peor es que aún quedará alguno que lo piense.