Que nadie se alarme, no vamos a contar la historia del mítico barquero, pero algo de ello sugieren ciertas analogías cuando se trata de hacer alusiones sobre conjuros de buena vecindad, algunos de los cuales salen a la superficie por más que se nos oculten y que se fraguan en reuniones con mantel, buenos manjares y mejores caldos.
Ya el gran artista Vicente Agulleiro el año 1986, sacó de sus fresares la misteriosa barcaza y la hizo pasear por el río Aqueronte a su paso por nuestra ciudad, poniendo de manifiesto sus acepciones por la supervivencia. Aquel año su falla fue víctima de conspirados maleficios que pasado el tiempo acaban por emerger, aunque ya nunca puedan ser resarcidos porque aquel río jamás circulará aguas arriba.
Siempre ha ocurrido que grupos de bien llevados se citan en lugares públicos en torno a una buena mesa, pensando que de lo que allí se cueza nadie se va a enterar y menos hechas las digestiones y evacuados los posos de sus acuerdos.
Pese a ello, los hay que se van de la lengua sin darse cuenta, o quien por casualidad pasaba por allí y los cazó de improviso, incluso quienes por haber sufrido en propiedad los mismos agravios, con el tiempo destapan el tarro de sus bajezas y cuentan y no acaban de los demás.
Uno se entera cuando los del grupo aparecen de jurados de esto o lo otro y con el estómago agradecido vuelcan sus esencias en beneficio de implicados en el sortilegio y vemos el “palet” volar con alas de buitre hacia lugares insospechados.
Esto viene ocurriendo desde que aquel famoso “mercado persa” tuvo que desaparecer y desde que ya no comen juntos en el Ateneo Mercantil todos los jurados de fallas el día 16 de marzo, ahora se producen estas reuniones previas cuando más o menos ya sabe cada cual a la sección que le va a corresponder para trapichear.
Cada uno de los miembros de los jurados que salen a ver fallas o cualquier otra manifestación en la que se reparten premios por escalafón, conocen por inducción a los presidentes y gente significada de las comisiones que tienen que salir a juzgar.
Es entonces cuando aparece la barca de Caronte cargada de almas en pena, de magnolias, dardos o de indiferencia y de acuerdo con sus preferencias otorgan. En ocasiones los hay que ni salen de la chalupa que los traslada.
Creo recordar haber escrito o comentado en radio sobre la personalidad de algunos jurados y en esta ocasión no me va a importar repetirme.
Los hay que desde que se saben poseedores de ese magno poder sean cuales fueren los burdos conocimientos de lo que tienen que clasificar, cambian radicalmente su fisonomía, miran con recelo, con aires de superioridad.
No se dan cuenta que el día siguiente de su fascinación, vuelven a ser los mismos viandantes inmersos en la farándula cotidiana de sus desdichas.
Que quedarán señalados por aquellos a los que hubieren perjudicado y que a los otros, a los favorecidos, se les olvidarán muy pronto sus dádivas y volverán a identificarlos como quienes realmente son.
Es sorprendente con qué interés se toman el meter cabeza en cualquier jurado y todavía más, cuando uno se entera de que en Junta Central Fallera andan sobrados de solicitudes.
Eso sí, son cursillistas graduados, rebosan sapiencia. Pregúntenles sobre técnicas, proporciones, contrastes,
texturas, movimientos, composiciones, trazos... ya verán.
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La barca de caronte
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