Si había comisiones de fallas que tenían problemas con sus vecinos, me imagino que estos se habrán encarecido desde que se puso en vigor la obtusa ley antitabaco.
Es de una estética enternecedora ver a grupos de personas a las puertas de sus propias casas, véase casales, pitillo en ristre, inhalando el humo purificador de sus descarríos, conversando y dejando en las aceras los residuos de sus propias maldades. Véase colillas.
Se supone imposible, sobre todo ahora en verano, que por mucha voluntad que se procure en atenuar la voz, no alcance cuanto menos a los primeros pisos de los edificios más próximos, ventanas y balcones abiertos por imperativos de la estación vigente. A nadie se le oculta que en Valencia el grado de humedad también juega su papel en el envite.
La primeriza confusión al rebufo de la orden ministerial, supuso largas horas de debate en las juntas generales falleras, acalorados enfrentamientos en algunos casos y conclusiones de todo tipo hasta redundar en la prohibición total, así hasta la fecha.
Incluso en las asambleas, se preguntaron y exprimieron los escritos y el presidente Félix Crespo -fumador él-, fue capeando el temporal hasta agotar sus posibilidades dada la rotundidad del decreto.
Los falleros nos movemos por el noctambulismo en aras a los atributos que nos envuelven, trabajos, horarios y obligaciones familiares. Los fines de semana los aprovechamos para disociar actos y nos son pocos los que cada comisión diluye a lo largo del ejercicio.
Cuando en algunos de ellos se juntan varios centenares de asistentes, el espectáculo en los portales está asegurado, un tumulto de vaporizadores devoran cilindros cargados con cierto rubor, pero con el placer que les confieren sus voluntades.
Si así lo quieren, no será un servidor quien llame a la indisciplina, habida cuenta de que no se conozcan piquetes de inspectores levantando actas, excepto en los locales públicos para quienes el mandato ha supuesto pingües reducciones en sus recaudos.
¿Que la abuela fuma? Sabido es por todos y que cada cual hace de su feudo un apartado para cada ocasión.
Lo de las capas y los sayos no casa, vamos que aquí ni verdugos ni ejecutores entran en el juego. Las capas tampoco son recomendables sobre todo para ir a sentarse al baño.
Ni separatas ni puertas de emergencia, insisto en que los casales falleros no son locales abiertos al público, más bien todo lo contrario, para eso están los censos que identifican a las personas usuarias y en su consecuencia los demás deberán pedir permiso para entrar.
La gente reglada, con pena, sale a fumar a los aledaños aunque dentro en los locales no quede nadie, pero las vecindades pagan con parte de su sueño los rigores del dictamen. Tal vez la siesta compense. Huy, por cierto, que servidor también fuma.
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A bombo y pitillos
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