Cuando uno echa la vista atrás y ve que ya son cerca de 19 los años que han transcurrido desde aquel 8 de enero de 1993 en que nos asomamos a la fiesta en forma de periódico semanal, anunciando la dimisión de González Lizondo, uno está en la obligación de, al menos, plantearse varias cuestiones, entre ellas, la de saber si hemos hecho bien las cosas, si éstas han podido influir positiva o negativamente en el colectivo y si éste ha evolucionado o sigue anclado en el pasado.
En cuanto a la primera cuestión, creo que son ustedes los que nos lo dicen cada principio de mes acudiendo al quiosco a comprar el número correspondiente. La segunda resulta más complicada, puesto que tendríamos que ojear tranquilamente los 250 números y analizar lo expuesto y los resultados. En cuanto a la tercera, basta con recordar esos años y echar un vistazo a lo que han sido estos últimos cinco ejercicios.
Pero vayamos un poco más lejos. Cuando decidimos salir a la calle teníamos bastante claro la línea editorial a seguir, que no era otra que convertirnos en meros observadores al mismo tiempo que analistas del día a día del colectivo. Desde un principio dejamos las cosas claras con nuestras columnas de opinión y artículos en los que no hemos dejado de señalar las cosas mal hechas, los comportamientos excesivos y las bravuconadas o sacadas de pecho. Ya en nuestro número 2 algún compañero de radio nos aventuraba un varapalo por nuestra llamada al orden a los acompañantes de JCF y su comportamiento con las Cortes de Honor. En el siguiente cargábamos contra los detractores de la Fiesta aludiendo a lo escrito en “Ajoblanco”, lo hecho en la falla King Kong o lo que el difunto Monleón and company expresaban en la película “Con el culo al aire”.
Muchos años han pasado y muchas las llamadas al orden sobre actitudes de aquellos que pensaban que la falla que presidian era su rancho particular, los que buscaban alternativas poco lícitas para implantar sus deseos, o los que pensaban que todo el monte era orégano y no reparaban en comportamientos. Tan sólo dos incidentes hemos tenido que soportar, dos incidentes que llegaron muy lejos por su contenido y que, a pesar de que en un principio todo el mundo arremetía contra el mensajero, al final la justicia hizo su trabajo y, unos más que otros, a los culpables se les vio el plumero.
Hoy día los comportamientos suelen ser mucho más comedidos por la llegada de generaciones con más preparación y también por el respeto al colectivo y a los medios de comunicación que aprendimos la lección y procuramos hacer nuestro trabajo. Claro que siempre hay discordancia y quien se aprovecha de la carroña para hacerse un hueco. Lo que sí tenemos claro es que esta minoría no tiene ninguna repercusión y menos influencia sobre el colectivo a la hora de cambios hacia adelante como lo hacemos el resto de los que estamos por el trabajo bien hecho.
Para conocer otros posibles cambios que han podido experimentar, les remitiría a los artículos de mis dos compañeros en los que van a encontrar detalles significativos respecto a la evolución en el monumento, en los actos y en las formas. Lo que no deberíamos olvidar nunca es que los últimos años, para bien o para mal, depende de cómo se mire, han sido muy significativos y van a marcar un antes y un después.
Muchas asignaturas pendientes quedan todavía, como ese congreso fallero determinante, que no llega, no sabría decir si por negligencia o por miedo, pero a buen seguro que sería interesante plantearlo ya.
Muchas son todavía las cosas que, aun habiendo pasado tantos años, están muy cerca de donde estaban, en las que no se ha avanzado, lo mismo que otras que aun siendo válidas se quedaron en el camino.
Y es que el fallero sigue teniendo las mismas prioridades y manteniendo el meninfotisme de siempre, lo que no sabría valorar si esto es positivo o todo lo contrario.
Lo que sí hemos de señalar, y que no ha cambiado un ápice, es el amor por la fiesta y la entrega incondicional, como tampoco aquellos que ven en ella simplemente fiesta sin más condicionantes. Así somos y así seguiremos.
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