El ser humano nace y nada más llegar al mundo se le ponen pruebas. Muchas pruebas. No son doce, como las de Heracles, pero unas cuantas las hay. Aprender a hablar, a andar, a correr. Cuando ya sabemos, las madres afirman con rotundidad que somos los que mejor hablamos, andamos y corremos. Ahí empieza la mayor de las constantes humanas y por definición, la constante fallera por excelencia: la competición.
Al fallero no le gusta competir. Lo necesita como el aire o el agua. Es necesario que el hábitat fallero se rellene con disciplinas en las que se pueda competir o el fallerito raudo cariacontece, se mustia y se pone mohíno. No levanta cabeza ni encuentra razones para seguir fallereando, expresión que no existe pero que con el permiso de usted, amado lector, me permito acuñar para poder explicarme con mayor propiedad. Y hablando de propiedad, lo propio del fallero es fallerear compitiendo, aunque al final pierda, incluso, la chaveta.
Una candidata que se presenta a la elección de las Cortes de Honor compite y el resultado es que o luce banda y joia o se vuelve a casa por donde había venido. Compite con todas las de la ley; una ley injusta pero propia y adecuada, ajustada al slogan familiar de Connor McLeod, del clan McLeod: “Sólo puede quedar uno”. Claro, que Connor era inmortal y ellas son doce más una, pero eso harina de otro costal.
Un participante en el concurso de teatro de la Junta Central Fallera tiene dos opciones. La primera es salir a escena por afición al teatro y agradar al público, compuesto en la mayor parte de ocasiones por falleros y amigos, y recoger las mieles que, independientemente del resultado de la obra, se acumularán al final en forma de aplausos.
El otro supuesto es el del cuchillo entre los dientes y el gusanillo en el estómago. Salir a epatar al personal, a darles un trozo de excelencia, pasar un rato en el parnaso de la tabla, del olor a bambalina y a madera, de la luz de la candileja, y dejarlos a todos patidifusos. Recoger aplausos, flores, que te den coba, merecida o inmerecida, y que el saludo sea como un acto de fe, de teatro y orgasmo. Y a esperar a las nominaciones y los premios viendo el resto de obras. Eso es competir. Eso es un veneno que enloquece y que se repite en todas las modalidades escénicas de los concursos falleros, sea teatro, play-back y presentaciones. Bendito veneno.
El artista y la comisión contratan y firman. El profesional intenta dar lo mejor para agradar en marzo a aquellos que confiaron en él. La falla se quema, y el mejor premio es repetir, de eso no me cabe duda, y más con el momento en el que vivimos, donde hay mucha tela que cortar. Pero hay una tela que levanta pasiones; un bordado artesano que junta al número uno con la palabra premio. Todos queremos ese trozo de tela que será orgullo de nuestra plaza durante la semana fallera, el infinito y más allá. Competir por el primero con nuestro monumento es y debe ser motor de una actividad volcada en la superación de los retos del colectivo, en hacer girar la fiesta alrededor de la falla y en que ganar ese uno que tanta ilusión nos hace sea simplemente un aditamento más para hacer más grande eso que se conoce en todas partes como las Fallas. Yo la conozco como la fiesta más grande del mundo.
Blog Fallero de las Fallas de Valencia
Nacidos para competir
- M. Andrés Zarapico
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