Ganitas tenía de empezar la columna de opinión, porque temitas jugosos me esperaban. Temas que me reconcomen y me ponen atómico, todos referentes al “poc trellat” que demuestran muchos cómplices de la estupidez fallera, en casos congénita, en casos autodidacta, y del ridículo en el que caen aquellos que se parapetan en el fanatismo de la innovación en la falla para dictar dogmas. A veces parece que sólo aquello nuevo, fresco y con innovación en sus venas tiene derecho a la llama de marzo, y ya está bien. No voy a ser cómplice de esa manzana envenenada. La falla es falla, sea de refrito o completamente nueva y moderna. Alabar a lo moderno para despreciar a lo que no lo es me repugna. Me rebelo y me indigno, que está de moda.
En esas ínfulas revolucionarias estaba mi cabeza cuando un mazazo cayó sobre ella. Una noticia triste, muy triste. Y me di cuenta de que todo lo demás, lo anteriormente citado, en realidad, me importa un soberano bledo. Juan Canet se ha ido para siempre, y lo hizo inmerso en el silencio que acosa al genio en el crepúsculo de su existencia. Se fue lejos de Marchalenes, el lugar en el que todo ocurrió; el taller que ya no existe y que dio a Valencia una nueva era, una concepción abigarrada y barroca de fallas infantiles únicas en su especie.
Canet es un apellido que remite inmediatamente al Espartero de Isidro Calvete, al de las fallas de primer premio de Especial. A una época dorada en la que yo era niño y disfrutaba de las fallas de forma blanca, inocente y sin dobleces. Llegaba a Espartero y flipaba. Un año tras otro. Luego seguí alucinando unos años más en Na Jordana, con meninas y con Oriente. El fallerito se hizo mayor -demasiado- y siguió visitando fallas, más incluso que antes, y se enloquecía, y quería más y más. Le gustaban todas, incluso las “raras” -que era como hace no muchos años todos, y digo todos, llamábamos a las fallas innovadoras- y disfrutaba siempre visitándolas, aprendiendo algo nuevo en cada plaza. Viviendo las fallas. Pero en su memoria perduraban, y claro que perduran, imágenes recargadas y excesivas, doradas, tradicionales, folklóricas y valencianas. Las obras cumbre de Juan Canet.
Despreciar la falla barroca es ramplón y simple. Es ir a lo fácil, jugar a intelectual del monumento fallero. ¿Pues sabéis qué? Que sigan jugando. Que lo hagan, y cada vez más si quieren. En su afán de convertir las calles en una galería del MOMA o del IVAM se pierden lo esencial de la fiesta fallera. Lo principal es que las fallas abren sus puertas y acogen a todos en su seno, a todos. Y es que deben estar todos. Barrocos y modernos. Porque a mí, particularmente, me gusta mucho la innovación fallera, la real, no la mentira de aquel que no da más de sí y lo vende como falsa falla innovadora. Y también me gusta la falla barroca, también la real y no la suma de incapacidades artísticas pasadas por el filtro del cartón.
Como conclusión, una reflexión a vuelapluma. La desaparición de Juan Canet también me hace volver a pensar en que la realidad fallera olvida a los mejores y encumbra a aquellos que están de moda. El mundo de las Fallas no ha sido justo con Juan Canet, pero esto no es una novedad. Nunca somos justos con quien más se lo merece. Así somos los falleros.
Blog Fallero de las Fallas de Valencia
Juan Canet, maestro de las fallas infantiles
- M. Andrés Zarapico
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