En estos tiempos de malos hados para todo en general, los columnistas y expertos vierten en todos los debates algunas gotas de acercamiento a un concepto de fácil comprensión pero de de digestión complicada: refundación. Refundar la Unión Europea, refundar las formas de ser, renovar los estamentos, no en su composición, en su funcionamiento y esencia. Refundar para salvarnos y salir de la que está cayendo, que es una tormenta de incertidumbre en estado puro.
Creo que se aproxima un cambio, un fin de los tiempos modernos para llegar a otros tiempos, espero que más modernos, en los que las inquietudes actuales se vean reflejadas, tanto en soluciones para los problemas, como en novedades para adaptarse a lo que viene, y a lo que más adelante vendrá.
La fiesta de las Fallas, como aglutinadora social, debe articular ya mismo toda una serie de cambios para adaptarse a aquello que muchos estamos pidiendo a gritos, pero no sabíamos que lo estábamos haciendo. Hay que refundar la fiesta. Que la fiesta continúe siendo lo que es, pero que en su fuero interno, en su organización, cambie y se adapte a la sociedad de la información, del 3.0, de la cooperación, de la economía sostenible y de las redes sociales.
Como fallero que soy, y en determinados aspectos de las fallas, la desazón que me invade en ciertos temas es de aquella manera. Por ejemplo, la Interagrupación de Fallas. Desde mi postura de agrupacionista convencido y militante, no logro entender el fin actual de una organización que fue imprescindible en los años 90 gracias a su factótum, Pepe Monforte. De hecho, él era la Interagrupación. Una persona que, además de los arrestos suficientes que se deben tener en un puesto de responsabilidad como ése, supo tender puentes y articular todas las medidas que fueron necesarias para que el concejal, en este caso Alfonso Grau, recurriera frecuentemente a sus consejos e ideas. Era el torbellino Monforte, apoyado por todos. Pero era él, no la institución.
Hoy en día la Interagrupación espera en un rincón igual que una paloma a la que se le ha roto un ala. Ya saben a qué espera la pobre ave en esos casos. Y no es al veterinario.
No sé qué puede hacer un organismo herido de muerte. Sí que lo sé. Refundarse. Dejar de ser lo que es y convertirse en otra cosa. Algo que de verdad sea operativo, y que sus miras vayan más allá de celebrar un acto de premios o juntas cada mes. Aquí hay una fiesta que tiene problemas y sólo se solucionarán si los falleros quieren. La Interagrupación representa a los falleros, pero parece que no quiera serlo.
Las circunstancias en las que vivimos actualmente no son, ni de lejos, parecidas a aquellas que protagonizaron las sesiones del VIII Congreso Fallero. Aquello ya pasó, y diez años después nos regimos por unas normas que servían (algunas) para la fiesta de entonces, pero no para la de ahora. Con su permiso vuelvo a sacar el carnet de fallero (como diría Pepe Castelló) y solicito con la voz alta la celebración ya mismo de un Congreso para refundar la fiesta.
Y otro tema que me inquieta es, todavía, lo que pasó en la Asamblea del mes de diciembre. Los delegados de sector, que yo sepa, son la cadena de transmisión entre la Junta Central Fallera y las fallas. Es una llave de dos direcciones. Pero Paco Lledó llegó a la sesión y no sabía que desde algunos sectores le iban a poner las peras a cuarto, con motivos sobre la mesa, y con tiempo para haber consensuado hasta portavoces. ¿Y en este caso los delegados de sector dónde estaban? Habrá que refundar también los estamentos burocráticos de la fiesta. Paso de mencionar la Asamblea de Presidentes, que no tengo tanto espacio.
Lo apuntado anteriormente son asuntos que obsesionan al que suscribe, y que me seguirán obsesionando seguramente hasta que el toro se coja por los cuernos. Mientras, seguiré esperando que Valencia se llene de fallas y vivamos una fiesta única, que para mí, sin necesidad de saber si tengo que disimular la cremà o no hablar de petardos, es un auténtico patrimonio de la Humanidad.