En ocasiones uno mira con cierta incredulidad aquella lejana fecha del 6 de diciembre de 1978, y delante de la pequeña pantalla, se advierte que aquellos hombres y mujeres de camal ancho y cuellos de camisas eternos, salían a la calle sedientos de una constitución robada.
Es difícil hacer entender a las generaciones posteriores un hecho tan lógico y común en nuestros días como el derecho al voto, resultando complicado poder explicarles que hubo un tiempo donde los conciudadanos de la vieja piel de toro, se emocionaba por el simple hecho de poder acudir en libertad a su cita con las urnas. Por suerte, aquellos tiempos de dudas y rubores pasaron para vivir en plenitud nuestra democracia. Bueno, menos en las fallas.
Éstas, a mi humilde entender, siguen ancladas en aquella oscura época preconstitucional donde la elección de los representantes eran poco menos que una quimera. No crean que padezco una sobredosis de Los Alcántara, tan sólo es que las vacaciones estivales me produjeron una extraña sensación.
Con un misil en la línea de flotación fallera bautizado 21%, y una más que dudosa guerra política entre compañeros por un “decretazo” al calendario sin consulta previa, los falleros se iban a la playa.
Mientras tanto, apenas a 180 kilómetros de un Cap i Casal cerrado por vacaciones, la fiesta hermana, la que siguió nuestro pasos allá por 1928, esa que muchos ignorantes sólo ven como fiesta nocturna en los prolegómenos vacacionales, debatía su futuro como marca su constitución festiva.
En pleno mes de agosto, foguerers y barraquers abrían las puertas de sus racós para recibir las propuestas de dos candidatos, que al margen del hemiciclo alicantino, les proponían sus programas para afrontar el futuro próximo de la fiesta de las hogueras.
Siguiendo las noticias que nos llegaban desde la terreta, conocíamos como buscaban avales para sus candidaturas, a los equipos que acompañarían a los candidatos, sus propuestas en negro sobre blanco descritas en sus respectivos programas, charlas, entrevistas, y tras un intenso mes de agosto de campaña llegaba el momento de la verdad. Una urna, papeletas, y las 91 hogueras y 72 barracas ejercían su derecho al voto para decidir democráticamente quien conducirá su fiesta en los próximos cuatro años.
Mientras tanto, a las orillas del Turia, allí donde Jaume I juró y proclamó El Furs, y donde Francesc de Vinatea tiene una lustrosa estatua, los falleros se debatían en la mejor elección posible en esos instantes, clarita o tinto de verano. Asumiendo desde nuestro merecido descanso, que los problemas y el futuro de la fiesta fallera, ya nos los resolverán quienes casualmente no los han provocado. Pero claro, seguiremos pensando que las fallas no están guiadas ni les afecta la política, que la culpa la tienen otros, y que la tierra debe ser cuadrada. Así nos ha ido de fábula hasta ahora…
Quizás seré un soñador, pero en ocasiones veo la Asamblea de Presidentes y me vienen a la cabeza imágenes en blanco y negro, creo escuchar la voz de Victoria Prego en aquel documental sobre la transición, tarareo a Jarcha, y como en aquel lejano 6 de diciembre del 1978, tengo también sed de democracia.
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