Que fácil es levantar el brazo y pedir la palabra, sobre todo cuando después de una asamblea, junta o reunión tediosa y desproporcionada en el tiempo, crees haber acumulado ciertas dudas que después en la realidad resultan ser bagatelas que los demás habían entendido a las primeras.
Pero como es gratis y sobre todo se tiene todo el derecho del mundo en entrometer, pues adelante y los demás que esperen y se enteren de que “ejerzo mis derechos con rigurosa majestuosidad, que para eso conozco mis reglas”.
No lo es tanto la obligación de contestar por parte de la mesa, aunque siempre por deferencia se suelen atender las sugerencias, demandas, ruegos, preguntas y perogrulladas, repitiendo lo que ya se suponía informado de primera mano.
Y cuando se sospecha cerrada la sesión con el último bracero en alto, todavía quedan tres o cuatro más, unos para asociarse a lo propuesto por el ínclito -que ni falta que hacía el abundar- y otros para discrepar y montar el debate a cuerno quemado, porque tampoco se exigen cuotas ni credenciales para discordar en el empeño.
Ahora que lo de las Asambleas Generales de Presidentes en el hemiciclo del Ayuntamiento en ocasiones resulta ciertamente patético, sobre todo cuando se plantean cuestiones que sólo incumben a la comisión en causa y que deberían resolverse en régimen individual y en los despachos de Junta.
Ahí cada cual va a lo suyo sin reparar en que a los demás les importan tres pelotas sus rencillas de patio de vecindario.
Hay de todo y por más reciente en una asamblea del mes de noviembre tras el debate sobre el cambio de fechas en la semana fallera, un presidente pidió la palabra para exclamar con todo fervor que “¡nos quieren quitar el 19 de marzo!”.
Hombre no creo que nadie se imagine la hoja del almanaque sin esa fecha, en blanco o pasando del 18 al 20, anulando y dejando el mes en un día menos.
Intervenciones que nada tienen que ver con las propuestas en el orden del día, ni con lo informado a lo largo de la sesión y que deberían atajarse y dejar para asistir en el departamento adecuado o en una próxima asamblea si procede.
Y ya el colmo del sopor es cuando en una junta de “casal” fallero, algunos se empeñan en prolongar infinitamente el cónclave, insistiendo en sus alegatos y convirtiendo el espectáculo en un monólogo, diálogo entre dos y al final trifulca general con disolución espontánea y estampida de los respetables para hacer la partida, unos, los menesteres de otros y las escapadas de algunos.
Los falleros somos todos unos “cracs” que no necesitamos abuela que nos merezca nuestras grandezas, y es que la fiesta lo lleva en sí misma, para ser un fallero disgustado y con permanente cara de piojo, mejor penitente con el rostro oculto y la bolsa de la merienda bajo la túnica.
Tengo más relatos en el zurrón pero me los reservo para el capítulo de ruegos y preguntas.
Feliz año a todos, queridos.
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