Deambulaba uno por la plaza del Ayuntamiento y por pura coincidencia me encontré con un grupo de falleros de los de traje y corbata, de auténtico pedigrí, de unas cuantas quintas posteriores a la de un servidor y eso sí, solera por un tubo, todos los palos en su haber incluidos los de Junta Central Fallera de donde lo fueron, recuerdo, con brillante trayectoria.
Cierto que siempre se alegra uno, sobre todo cuando detecta similar sensación en los demás, de encontrarse y conversar, faltaría más, en este controvertido panorama de la actualidad fallera, donde siempre florecen motivos y opiniones discordantes para todos los gustos.
Hablamos de algunos compañeros que ya nos fueron dejando, del Círculo, de la crisis, del IVA, y va, y aparece el tema por excelencia que sinceramente menos me interesaba exprimir por que lo considero ya ajado en mi tiempo.
Mejor que no me hubieran preguntado, porque de un plumazo casi me quedo sin unos amigos con los que siempre había conectado con excelente valoración.
Eran tales sus convicciones, ascendencias y pasiones por lo propio, que daba la sensación de que no había vuelta de hoja, o el 19, o a los leones.
Llegada la calma preguntaba servidor por la solución que a su juicio podría tener este contencioso.
Como si de lo más natural se tratase, el más flemático me enseñó toda su mano extendida, con clara indicación de que había que dejar caer los billetes sobre aquella superficie.
Adiós a la tradición, a las convicciones y al Santo Patriarca.
Anclados en los tiempos, siguieron con las nuevas, “si un año dijéramos los falleros que no plantamos” o... “porque las fallas las pagamos...” y otras cuantas frases repetidas al uso de la más rancia tertulia casalera.
¡Qué decepción! Quienes durante toda su vida gastaron tiempo y dinero, hicieron causa y saga familiar en sus comisiones y siguen en ello incluso extendiendo sus labores más allá de sus taifas, ahora quieren que se los pongan en las manos por ceder en unas simples fechas del calendario.
Así que lo fuera, aunque algunos nos parezca un tema harto enmarañado, confuso y sin luz al otro lado de la cueva.
Por reacciones espontáneas a las consultas ya sabemos que de los hosteleros nada cabe esperar, son ellos los que esperan esas fechas para cuadrar sus cuentas, a partir de aquí el mercado de los “contribuyentes” se ramifica hasta el infinito, comercios, transportes, espectáculos, agencias. A ver quién arregla esto, “a cuánto tocamos”. Miles de manos extendidas en medio de un debate imaginario todavía sin parcelar esperan impacientes.
Tampoco sabemos quién tendrá las llaves del cuartito de los dineros, ni bajo que criterios serán repartidos tan suculentos caudales y menos, cuantas porciones saldrán de la diametral tarta, puntos cardinales y convidados al festín.
Tendremos que repasar nuestro árbol genealógico buscando argumentos y mercados para poner a la venta algunas miserias más.
Alguien hablaba de no sé qué impuestos para esos días aprovechando afluencias. Sabia reflexión, a ver quién es el garboso que lo propone.
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