Sin lugar a dudas éste ha sido un ejercicio para olvidar. Los falleros llevan soportando lo que no hay escrito y eso, a pesar de la paciencia y el “meninfotisme” que les caracteriza, duele y cabrea. Porque las cosas se están saliendo de madre y algo habrá que inventar, y rápido, para poner freno a tanta traba.
Partiendo de la base de que la fiesta de las Fallas es pura tradición, que está formada por un colectivo superior a las 250.000 personas, contando con el cap i casal y juntas locales, que genera puestos de trabajo, que crea riqueza con sus impuestos y demás “zarandajas”, que recibe subvenciones ridículas para lo que aporta, que genera a la Comunidad popularidad en el mundo entero, que..., lo cierto es que lo que se recibe a cambio no compensa tanto esfuerzo y tanto sacrificio económico.
La subida del IVA en 13 puntos para los artistas falleros, las prohibiciones sobre el tro de bac, las pegas constantes que se dan para el desarrollo de la fiesta, los cambios que desde fuera pretenden imponer, los problemas y responsabilidades que supone presidir una comisión, todo junto, hace que el colectivo sienta una indefensión tal que se está poniendo en duda su continuidad.
Este 2013 se ha superado con el esfuerzo por parte de los artistas falleros y un poco también por las comisiones, aunque pocas, que han salido al apoyo aportando algo de esas pérdidas, pero en líneas generales el desaguisado ha supuesto endeudamientos, cierre de talleres, dudas por sacar adelante el ejercicio para comisiones que no tendrán más remedio que cerrar sus puertas debido a las bajas producidas en su censo.
Lo cierto es que cuando no se está dentro de la propia fiesta es difícil valorar ese esfuerzo, ese sacrificio económico y sólo se ve lo que durante los 19 días exterioriza el fallero en su demarcación. Nadie piensa en lo que hay detrás, nadie valora esas cifras de mareo que llegan a las arcas públicas y que se destinan a mejorar la Comunidad en infraestructuras, en pago de deuda y en muchos otros destinos. El intransigente sólo ve molestias, ruidos y perjuicios que llevan con sus denuncias a causar problemas de enfrentamiento.
Claro que puede haber exceso de ruidos y molestias, de hecho es así, pero, después de valorar las aportaciones comentadas, ¿no merece la pena un poco de transigencia? Pues nada, los malditos falleros han de sucumbir, y lo más fuerte es que lo están consiguiendo.
Poniéndose en la piel de las autoridades que gestionan la ciudad, tampoco lo tienen muy fácil en el caso a tales denuncias, tampoco es sencillo obviar los diferentes siniestros en los que se han tenido que soportar responsabilidades muy graves, por ello podemos entender, en parte, que se tomen ciertas medias, pero también es cierto que este año esas medidas se han forzado tanto que da la impresión de una caza sin cuartel al fallero. Y eso tampoco debe ser necesario.
Las visitas a casales pidiendo licencias de actividad, las denuncias a las casetas por falta de permisos que ellos mismos debe de proporcionar y que, aun estando en trámite, siguen adelante. Y es que la permisividad este año ha sido cero, algo que no se entiende desde las propias comisiones que han seguido las mismas pautas que años anteriores. Otra cosa sería si esos chiringuitos estuvieran ya en marcha sin la licencia correspondiente.
Algo está fallando y alguien tiene la culpa de que esto se haya excedido en este ejercicio sin haber echado el resto por solucionar las cosas antes de que se produjeran. La fiesta es buena para lucir palmito o para vanagloriarse de ella ante el mundo, pero lo que no se debe hacer es bajar la guardia, esconder la cabeza debajo del ala y causar tantos problemas que, a mi entender, tienen solución. Y como siempre el pagano, el mismo: la fiesta. Y no hay derecho, porque ya me dirán ustedes si en una de esas se decide pasar de todo y dejar en la calle tantos puestos de trabajo, dejar en la calle tantas empresas vinculadas a la fiesta, dejar de ingresar tantos millones en las arcas y dejar de recibir tanto cliente para bares, restaurantes, hoteles y transporte.