No sé a quién se le ocurrió primero lo del lacito por la banda, pero a buen seguro que a más de una comisión fallera se la ha liado parda.
Vaya por delante que como varón de hecho y costumbres lo normal sería pasar del tema y cada “cuala” que se acicale al gusto, pero como ésta es una columna de opinión no me resisto a pronunciar la propia.
Se argumenta por las esferas que el suprimir las bandas de fallera propicia el lucimiento de los trajes, corpiños, manteletas y demás abalorios, algo que las bandas tradicionales dificultan, tapan, ocultan o vaya usted a saber.
Habida cuenta de que el “traje de fallera” no existe, la única diferencia entre una mujer vestida de valenciana y una fallera la define las bandas, que además identifican a las comisiones a las que pertenecen y sirven de alfiletero para lucir insignias y distinciones, al menos las más preciadas.
Lo del lacito llamado “caramba” -que como hemos visto les cuelgan también a algunos varones, de sus chaquetillas-, ha aparecido como excelsa luminancia tal vez para enmascarar otras carencias. Ya hacía tiempo que diversas comisiones obviaban las bandas con dispares razonamientos a la carta.
En el reglamento de Junta Central Fallera no se contempla otro complemento al traje más que la banda, con el escudo representativo de su comisión de falla.
Empezó a llamar la atención que en las vitrinas de reconocidos indumentaristas se exhibieran en primer término los lazos, con preferencia a las bandas, en algunos casos sin la presencia material de estas y en otros expuestas en un segundo plano. Se veía venir y a los no avezados como un servidor se le trabó la cosa a broma. No podía creer que aquellas muestras llegaran a producir tanta controversia.
Al rebufo de las primeras apariciones en la calle se abre el debate y surgen las sentencias encontradas. Cuando en el fragor de los discursos se escucha el “porque me da la gana” malo, se acabaron juicios, reglamentos y valoraciones.
Como los falleros somos así de divergentes, no quiero pensar lo que acabaremos viendo pinchado de los salientes, lugar, colores o tamaños por tal de distinguirse, después de todo no hay nada reglamentado.
Cualquier bajo pensante redundaría en que lo normal sería mantener las pautas que marca la comitiva oficialista, Fallera Mayor de Valencia y Corte de Honor, ya que en otras cosas si que se plagian detalles y complementos. Pero cuando a alguien se le ocurre sentar las bases por conceptos de reglaje, uniformidad, contrastar criterios o simplemente poner en tela de juicio, se despierta el “a mi nadie...” y el orgullo personal se lleva por delante cualquier elocución. Y no son conjeturas.
Hasta aquí lo visto y oído. Como observarán no me detengo en otros tipos de apéndices y “carambolas”. Tampoco me preocupa el no reconocer por una orla diminuta la identidad del colectivo al que representan. Al final cada patrona hará su santa voluntad, como de costumbre, aunque me pregunto si el negocio por el cambio saldrá rentable para los profesionales del añadido.
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Carambas y carambolas
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