Vicente Enguidanos el último “velluter” sería el encargado de dar fuego a una Nit de l’Espolí, que puede marcar un antes y un después en los disparos pirotécnicos.

Valencia se colapsó. No sería para menos. Ricardo Caballer respondió con creces a la expectación generada, y firmó un disparo que quedará para la historia en todos aquellos que lo pudieron vivir en directo.

Un homenaje de fuego a los sederos valencianos, y para ello que mejor que le diera fuego a la imprescindible traca valenciana, Don Vicente Enguídanos, el último “velluter”. El maestro sedero se acercaba mecha en mano para dar comienzo al disparo. Diez segundos y tres décimas de traca después, y desde el otro lado de la calzada, Ricardo Caballer Cardo, frente a su mesa de control, comenzaba a dar órdenes electrónicas de disparo con las que iluminar el cielo valencianos con el espolín de Raquel Alario.
Desde ese instante todo fue intenso. Describirlo sería un error. Las fotos o videos no hacen verdadera justicia de las sensaciones vividas, y mucho menos en ese tramo final donde desde tierra se alcanzaban los 50 metros de altura para finalizar con una apoteosis de luz y color que desencadenó una secuencia de abrazos entre los presentes. La emoción se vivió en los ojos, y al propio Ricardo le faltó muy poco para que no le saltaran las lágrimas mientras el público enfervorecido lo jaleaba desde la valla.
No sería una mascletà, tampoco un castillo, ni mucho menos, ruido. Llamar ruido al espectáculo pirotécnico dispuesto por RICASA sería como llamarle pintor de brocha gorda a Sorolla. Lo visto en la noche del sábado se convertiría en un juego armónico de malabares pirotécnicos que entremezclaría todas las técnicas conocidas hasta la fecha. Tradición y vanguardia unidas de la mano, y creadas para la ocasión por un valenciano digno heredero de una saga familiar donde siempre está en el recuerdo "el abuelo", Ricardo Caballer Zamorano, y que a buen seguro disfrutó orgulloso, allá donde se encuentre, del arte en mayúsculas del "coeter" de su nieto. Su padre, Ricardo Caballer Estellés, escondido entre el público para ver y escuchar el momento, se abrazaría a su hijo al concluir el disparo, orgulloso y satisfecho de lo visto.

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