Con intensidad desde su inicio y un terremoto aéreo impecable, los leoneses de Pibierzo tomaron buena nota de sus disparos anteriores en la catedral de la pólvor, y se han dejado llevar, esta vez desde el inicio hasta el final, de esa sabiduría que aporta nuestra tierra para disponer un disparo compacto y elegante.
Los de Carracedelo han dejado muy buen sabor de boca, y a su propietario, Pedro Alonso Fernández, se le notaba emocionado en su saludo a un público que le respondería con la preceptiva ovación, porque en Valencia no importó nunca de dónde se viniera, si se hace para sumar.

Un detalle a tener en cuenta cuando escuchamos esos vetos municipales a cantantes según su nacimiento, gracias a un convenio con la radio pública para la ambientación musical, y que entendemos debería dejar buenos ingresos en las arcas municipales porque además de la publicidad propia, resulta estoico soportar la playlist dispuesta para cada jornada.

Un provincianismo absurdo que veta incluso a los de casa, y que no se practica por suerte con las empresas firmantes de los disparos, como tampoco en la borrachera popular organizada con motivo de la Crida, o en las indicaciones de la música para banda que recomienda el organismo festivo para la semana fallera.

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