Esta acción protectora se enmarca en la línea de trabajo que está llevando a cabo la Dirección General de Patrimonio Cultural, a través de la cual se están protegiendo, de forma prioritaria, los bienes inmateriales del patrimonio valenciano.
La Dirección General de Patrimonio Cultural no sólo quiere proteger las Fallas como monumentos artísticos efímeros, sino que la incoación comprende todo el ámbito festivo y cultural que rodea a estas fiestas, y que en muchos casos es un producto directo de ellas: la literatura en los llibrets y la explicació de la Falla, los oficios específicos como el de artista fallero o pirotécnico, las formas propias de organización a través de demarcaciones y sectores y muchos otros aspectos relacionados con la indumentaria o la gastronomía.
El decreto de incoación no viene a cambiar ni encorsetar la celebración de las Fallas, pues la gestión de la fiesta seguirá corriendo a cargo de la Junta Central Fallera, tal y como ocurre actualmente, y será ésta en conjunción con las comisiones, quienes decidan sobre aspectos materiales e inmateriales, así como el desarrollo de los actos de la festividad anual.
Evolución de las Fallas
El origen de las fallas se inscribe en un conjunto de manifestaciones culturales muy extendido por toda la Europa medieval y moderna, relacionados con prácticas festivas de control simbólico y moral de la comunidad, que en muchos casos iban acompañadas de hogueras.
Las primeras referencias de las que se dispone para conocer las características de la celebración de las Fallas son de mediados del siglo XVIII. Son escasas, pero suficientes para saber que ya en estas fechas la práctica ritual de plantar fallas y quemarlas la víspera de San José estaba plenamente establecida, y que se trataba de una fiesta de barrio, de tipo vecinal.
Desde el último tercio del siglo XIX, cuando las fallas aún eran un festejo más, incluido en las fiestas en honor a San José, la fiesta ha ido evolucionando en todos sus aspectos, desde el artístico de los monumentos hasta su temática, pasando por la propia organización de la fiesta y los falleros, o la incorporación de nuevos actos como la Ofrenda, que no se incorpora a las celebraciones hasta 1945.
Así pues, el monumento pasa de ser una hoguera de trastos viejos, a un ninot satírico enmarcado en una escena a finales ya del siglo XIX. Es a principio del siglo XX cuando se consolida la falla como monumento artístico hasta alcanzar el barroquismo monumental de los últimos tiempos, en los que se ha dejado un poco de lado la sátira social y política y la tendencia es hacia la monumentalidad y perfección estilística, acompañado de una creciente complicación técnica.