Hoy lunes, 30 de noviembre, empiezan los actos de conmemoración del IV Aniversario de la declaración de las Fallas como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO. Para celebrar este acontecimiento, Junta Central Fallera ha preparado una programación especial, adaptada a las circunstancias sanitarias a causa de la pandemia de la COVID-19, que incluye una serie de actividades y acciones, algunas de ellas de manera online mediante las redes sociales de JCF, que se alargarán hasta el 13 de diciembre. La imagen gráfica para este acontecimiento está diseñada por Reyes Pe y Ricardo Ruiz, la cual mostramos junto con la explicación proporcionada por el ente fallero.
Habitualmente, asociamos el patrimonio a lo tangible, a aquello que se materializa y que ocupa un espacio físico que podemos ver y tocar. Además, los valencianos estamos acostumbrados a ver cambiar, durante días, el funcionamiento de nuestras ciudades y pueblos. Grabamos en nuestra retina imágenes de inmensas figuras devoradas por el fuego y asistimos conmovidos al renacimiento de sus cenizas en nuestras calles. Siempre, año tras año, dando la bienvenida a la primavera.
Parece lógico pensar que el origen de esta reincidencia se halla en un segundo plano, detrás de las cámaras y los flashes, donde se encuentra toda una fuerza colectiva inmortal, que tiene que ver con lo humano y lo sentimental, y que conforma un tejido local que nos protege frente a las adversidades, porque nos cose para construir algo juntos.
Es por ello que la propuesta de cartel, en un año donde las fallas no se han construido materialmente y la importancia de ese tejido humano es más trascendental que nunca, pretende reivindicar ese patrimonio inmaterial e inmortal de la fiesta, representando el inconmensurable valor que yace en todos esos lazos humanos que, a través de nuestros oficios y nuestras formas de vida, nos protegen y nos cuidan en tiempos adversos. Por todo ello, se ha construido una falla, que es el elemento central de la celebración, con todos esos materiales primigenios de cada uno de los oficios que se entrelazan en un equilibrio colectivo mágico y casi imposible: la caña de la dolçaina que representa a los músicos, la pólvora a los pirotécnicos, la madera a los artistas falleros, el latón a los orfebres y el esparto y el hilo a los indumentaristas. Todos ellos se apoyan y se entrelazan entre sí culminando en una flor fallera como símbolo de la esperanza.
Pero lo material se consume, es mortal y efímero. Sin embargo, el ciclo se repite gracias a toda esa fuerza inmaterial, que, por el hecho de no existir físicamente, transciende más allá, es inmortal y se representa cosida en el cartel, porque es lo que permanece cuando lo material desaparece cíclicamente consumado por el fuego. Así, los dos carteles se complementan entre sí: a través de lo material se representa lo inmaterial y a través de lo mortal se representa lo inmortal.
Porque somos el resultado de un conocimiento ancestral concreto, de una manera determinada de entender la vida, y sólo protegiéndonos y cuidándonos, lo material podrá volver a resurgir de las cenizas, recibiendo la primavera, y será porque el patrimonio inmaterial e inmortal habrá permanecido. Siempre, año tras año.