Un día como el de hoy Josefina Caballer Verdeguer, primera mujer pirotécnica en consagrarse en la catedral de la pólvora, andará orgullosa de ver, allí donde esté, como su nieta Mª José, la sobrina del añorado también, Miguel Zamorano Caballer, ha elevado más si cabe la leyenda de una familia para la historia.

Nadie le tiene que contar a Mª José Lora Zamorano lo complicado que es el mundo laboral para la mujer, y mucho menos en sectores a priori tan masculinizados como puede ser el pirotécnico, pero esto no quita para evidenciar que la profesionalidad no entiende ni de género, ni de sexos, pues cuando suena el tercer aviso en la plaza, sólo existe el resultado del trabajo realizado. Sin más etiquetas.
Así lo ha dejado claro Mª José, quien junto a su hijo Diego, han mostrado como el oficio heredado de José Caballer Garces allá por 1877, tiene pasado, presente y futuro, y principalmente tiene arte, el de unos artistas con mayúsculas, dominadores del fuego a pesar de un sangrante 21%

Día de reivindicaciones sin exclusiones ideológicas, donde cada cartón, cada tela, cada pañuelo, cada puño levantado, se convierte en un grito reivindicativo ante una lucha que continúa y continuará presente mientras esa desigualdad, ese miedo, esa vergüenza, no cesen por completo. Un 8 de marzo donde el colectivo fallero mostró su compromiso desde sus máximas representantes, quienes lucieron lazos morados en sus trajes y tras reclamar el inicio del disparo con el protocolario: “Senyora pirotècnica pot començar la mascletà” levantaron su puño emulando a la famosa remachadora del póster de J. Howard Miller.

A partir de ahí, Mª José hizo suya la plaza, y acompañada del morado como bandera, ese mismo humo morado que desveló la tragedia en el que perecieron 129 mujeres en 1911 mientras reivindicaban una jornada laboral justa, se desarrolló un disparo impecable y contundente. Música para los oídos, nada de ruido como tildan algunos analfabetos.
El final ya lo saben. El balcón se vino abajo cuando a este se asomaba la protagonista y su hijo. La multitud congregada pudo ver como la tensión acumulada salía por cada poro de su piel, a sabiendas de que podía gritar a los cuatro vientos una valía incuestionable, y desde arriba, en el paraíso en el que residen los ‘coeters i coeteres’, se sonreían encantados del éxito de ‘Majo’.