José Ballester Peris
Julio Fontan. Actualidad Fallera Nº 170 Noviembre de 2005
De la imaginería religiosa al mundo fallero entre figuras de cera
En este número acercamos a nuestras páginas a uno de esos personajes que pasan desapercibidos para el gran público, pero cuya labor cotidiana no ha pasado inadvertida para los profesionales del gremio.
Era la década de los treinta cuando nacía José Ballester Peris en el seno de una familia marcada por las musas del arte, su progenitor José Ballester Badía no tardó en introducirle el gusanillo de las bellas artes y a los catorce años ya deambulaba por el taller de imaginería de su padre. Los estudios de bellas artes le hicieron mejorar su técnica y especializarse en la pintura, destinando su aprendizaje a colaborar desde temprana edad en el taller familiar.
En la década de los sesenta comenzó a recibir ofertas de los talleres falleros, alternando su labor en el taller paterno junto a trabajos realizados para los hermanos Fontelles, Julián Puche, Vicente Luna y un sinfín de artistas de la época quienes pusieron su confianza en este joven pintor y escultor.
En 1968 decidió dar el salto en solitario al mundo fallero, y fue el ya desaparecido y añorado Emili Camps quien le convencería para plantar en la comisión de Fernando el Católico-Ángel Guimerá, ocupando un puesto entre el elenco de artistas que plantarían en la máxima categoría. Su monumento quedó grabado en la retina del arte fallero, obteniendo el cuarto premio e inspirando obras que a posteriori hemos vuelto a ver en la sección especial. Al año siguiente volvería a plantar en la misma comisión e igual categoría, obteniendo el quinto premio y volviendo a inspirar más de veinte años después otro monumento de la sección especial, éste sería el segundo y último monumento firmado por este artista de forma solitaria.
Tras esta experiencia en solitario creyó entender que su taller no estaba preparado para el volumen que el monumento fallero precisaba, y fue entonces cuando se cruzaría en su vida un valenciano que desde el nuevo mundo le ofrecería trabajar para los mejores museos de cera del planeta. Su taller se convirtió en breve en un continuo ir y venir de personajes históricos, presidentes estadounidenses, líderes palestinos, artistas de Hollywood, cantantes o simples tematizaciones que hicieron de este taller uno de los quirófanos de transplantes más avanzados de la época: ojos, dientes y pelo natural congeniaban a la perfección con aquellas cabezas de cera que con tanto mimo cobraban vida entre las manos de este genial escultor y pintor. Museos canadienses, estadounidenses, mexicanos, daneses o australianos son algunos de los destinos de sus obras, labor que desempeñó durante treinta fructuosos años junto a su mujer, alternando diversas colaboraciones para artistas falleros como las realizadas para Vicente Agulleiro o Agustín Villanueva, en aquel primer premio de la sección especial que se levantaría en 1990 en la plaza del Portal Nou. El destino ha hecho que su hijo Miguel siguiera los pasos de su padre y su abuelo y desde su más temprana edad los aromas del taller han llenado su vida; hace dos años, jubilado ya su padre, se presentaba a examen con la modesta comisión de Lope de Rueda-Virgen del Puig de Torrente, el pasado año la comisión de Valle de Laguar-Padre Ferri fue la que vio su mejor trabajo, y este año serán las comisiones de Corregería-Bany del Pavesos, Lope de Rueda-Virgen del Puig y Norte-Dr. Zamenhoff quienes verán los pasos de esta tercera generación de artistas que bajo la atenta tutela de su padre quiere proseguir con la herencia familiar, esta vez con la fiesta fallera más próxima.