Cuando enero concluye y comienza la recta final del ejercicio, en las inmediaciones de los talleres falleros se hace evidente que el tiempo que queda es poco, muy poco.

Eso se nota, sobre todo, por la afluencia de figuras que vienen y van a las zonas más soleadas de la Ciudad del Artista Fallero. Hay que secar con rapidez, acabar con resolución y pintar, aunque sea a pistola, porque el momento de la verdad se aproxima, y nadie quiere correr delante del toro.
El "bou", esa temida res que ataca al que no ha hecho "res de res" o se le ha echado el tiempo encima, brama y rebufa al lado de los obradores esperando enganchar a algún artista incauto. Astifino y corniveleto, hiere de gravedad a aquellos que quisieron abarcar más de lo que podían, o tal y como reza la sabiduría popular, "se le hicieron los dedos convidados".
Hacer muchas fallas es igual a toro "guapo", un silogismo que no es que se cumpla siempre, pero si que se deja ver, por lo menos en cuanto a los cuernos se refiere. No obstante, en la gran mayoría de casos es un toreo de salón, sin capote y con el mantel de la mesa camilla a modo de tela roja, es decir, dominado desde el principio. Da vidilla y acompaña con trabajo hasta la segunda semana de marzo, pero no hay peligro. Está "afeitado" de inicio.
Luego están los que no saben torear, no tienen buen capote, y el morlaco los mantea por encima de la barrera en la forma de un muy mal acabado. Pero una y no más, Santo Tomás, porque son profesionales consecuentes y saben lo que no tienen que volver a hacer, igual que un niño que mete el dedo donde no debe, se lo pilla y llora todo lo del mundo y más. Pero como los niños, alguno aunque llore, vuelve a meter el dedo.
Y por último están los "largartijos", maestros del toreo a los que el animal cornea una y otra vez, los levanta y los tira al suelo. Son los que viven -porque quieren- a merced de los bandazos del animal y no acaban ni a la de tres. De hecho, alguno ni empieza, pero ese ya no es un torero, es otra cosa que omito pronunciar.
Los del estoque y el descabello ni los menciono. Acaban la falla en enero o febrero, y dedican el tiempo restante a retocar, lijar un poquito más y dar alguna pinceladita a las figuras, que nunca viene mal aquello de refrescar un poco el ninot.
Todo lo anteriormente relatado es una simple anécdota, porque el momento de juzgar de verdad los trabajos está cerca, a la vuelta de la esquina, y ni un enorme "toro" puede justificar el fracaso de lo que era un proyecto fallido de inicio, o puede hundir del todo a una gran falla que transmitía esa sensación tanto en maqueta como en taller. Al final de la corrida, el único juez que da veredicto es el asfalto, que puede ser o muy sufrido o muy cruel.
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