ImageNos perdemos muchas veces y olvidamos la meta. Es un mal endémico y pasa en cualquier aspecto social. Retorcemos la madeja y nos embarcamos en distintas empresas siempre por el bien del colectivo -el que sea- y su avance, su modernidad o su funcionamiento burocrático. Y entonces, sólo entonces, nos damos cuenta de que nos hemos perdido, y lo hemos hecho cinco minutos antes de acometer el proyecto en cuestión.
Tengo asumido que nos olvidamos de que las Fallas, al igual que otras fiestas de carácter popular, son eso mismo, fiestas. Divagamos sobre lo que "tiene que ser" -un concepto que me provoca aburrimiento- y no nos fijamos en la belleza, en el esplendor, en el sabor de la fiesta. Y la fiesta en la ciudad de Valencia tiene un sabor que no tiene en ninguna otra ciudad.
El mes de julio cierra la persiana con la satisfacción de haber acogido múltiples celebraciones y festividades tradicionales, destacando en el ecuador del mes la fiesta de la Virgen del Carmen. Y precisamente en el barrio del Carmen, en la procesión de su Patrona, es donde encuentro el ejemplo perfecto para definir lo que es el "sabor" de la fiesta.
La lluvia no logró empañar ni disimular las constantes de una fiesta totalmente tradicional, heredada de abuelos a nietos, de padres a hijos, de tíos a sobrinos. El Carmen se reúne ante la impresionante -y bochornosamente deteriorada- fachada de la iglesia de la Santísima Cruz, y espera a que la "flor del Carmelo" salga a procesionar con su manto blanco, precedida del "Jesuset" y acompañada por su gente, la del barrio, por sus fallas, sus fiestas, sus cármenes más ilustres y su devoción a pie de calle.
La emoción por ver a la Patrona se intuye en un ambiente de aliento tembloroso, de respiración entrecortada. Y entonces, allá arriba, en uno de los balcones que da a una ínfima calle ves a una mujer aguantando el botón, sollozando al paso de la Mare de Déu. Y lo comprendes. Y todos lo comprenden. Y una simple mujer justifica que la procesión salga a la calle, incluso desafiando a la lluvia. Porque la procesión es para el pueblo, y al pueblo no lo para ni los elementos.
La gente piropea a las falleras y alguno dirá que está mal hacerlo, que es una procesión. Sí, pero precisamente por eso el pueblo es su destinatario. Suena la música de banda mientras las falleras desfilan con sus vistosos trajes, y las clavariesas y clavarios miran hacia delante pertrechados de cirio y escapulario, símbolos inequívocos de la devoción y del Carmelo. La procesión continúa, y todos pasan por Sogueros y Alta, llegan a la plaza dedicada al dramaturgo Fausto Hernández Casajuana y vuelven a la Santísima Cruz.
Es entonces cuando se intuye el olor de la panoja en el puesto, la música suena y la voz del escolán entona el "Cant de la Carchofa". Y aunque este año no abrió sus hojas, la "carchofa" reunió a los hijos del barrio para volver a disfrutar del recogimiento, del momento más glorioso de la tarde. La Virgen vuelve a su templo y el barrio renueva votos un año más.
Y ahí está el verdadero significado de la palabra "sabor". ¿Qué cuál es? Les confesaré algo: iba de farol. No lo sé. No sé cómo definir la palabra sabor referida a las fiestas de la ciudad de Valencia básicamente porque es indescriptible y hay que probarlo en primera persona para poder saber cuál es su significado.
Les puedo decir el sentido que le doy yo. Grandeza, vida, alma, calor, tradición. Para mí todo eso es el sabor de la fiesta. Único.

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