Nuevo año, renovadas ilusiones. Las comisiones falleras comunican sus nuevos rostros y comienzan a caminar por un nuevo ejercicio. Un folio en blanco que primeramente habrá que llenar de números para ver el cuánto y el cómo. Los pros y los contras del pasado ejercicio. Porque esa y no otra es la realidad fallera. La del casal, la del día a día donde para unos es tan importante hacer teatro, como para otros cabalgata. Donde todo cuenta para sacar adelante un presupuesto, desde el beneficio de la cervecita y los cacaos de aquellos venerables que sólo quieren o se ven con fuerzas para envidar sesenta piedras o poner sus índices sobre el tablero, a las inquietudes de aquellos integrantes del futuro de la fiesta, lleven todavía coletas o sean imberbes acelerados.
Todos tienen que estar reflejados en el presupuesto final, porque de todas sus cuotas depende la supervivencia no sólo de ese patrimonio cultural denominado Fallas, sino que ahora también está esa losa que les han colgado al cuello para que salven un oficio. Habrá por tanto que sentarse y analizar a dónde fue a parar su aportación económica en pro de la cultura, y ver de dónde salen los cuartos para el nuevo ejercicio. En qué se falló y en qué se puede mejorar. Así es como sucede cada año, porque los falleros, y pese a que algunos sigan sin entenderlo, hacen su autocrítica a diario, buscan soluciones y aportan ideas en los foros adecuados. Desde la experiencia que da la opinión de sus falleros, desde las bases de un organigrama democrático, mal que les pese a quienes por sistema criticaran lo que no compartan, intentado desacreditar un sistema de mayorías.
Una diferencia considerable con aquellos que elegidos por la ‘dedocracia’ de un superior, vienen encima a dar clases de democracia.
Un contraste que más si cabe se evidencia, cuando recordamos, pues parece que se tenga que recordar a diario, que a unos, los políticos, se les paga por realizar un cometido que podríamos concretar en tres puntos ineludibles: escuchar a sus convecinos, ofrecer soluciones y gestionar.
Por contra, quienes pagan, quienes aportan riqueza, fiesta y cultura, son los falleros. Curioso por tanto que sean los políticos quienes afeen la conducta a estos por no aportar soluciones cuando a ellos les interese, y más si en tiempo y forma se mostraron los problemas y las formas de evitarlos. Extraña paradoja de quien sigue sin entender en qué puesto del organigrama se encuentra cada uno, y quién es quien tiene que rendir cuentas a quién.
Vamos, como cuando los artistas se quejan de los falleros, sus clientes, por ser estos los que cada año se dejan su dinero en sus trabajos, quienes los valoran. El que paga valorando lo que compra, habrase visto semejante barbarie…
Pero con todo esto tenemos humo, esa cortina que tanto gusta a esta casta política dominante que recurre a cualquier falacia, como la de la independencia de los llamados a ser jurados de las fallas municipales mientras preside un único partido, y así sentirse en paz consigo mismo y su ombligo.
Humo, titulares, banderas, causas que justifiquen o tapen una gestión de pandereta donde los falleros siguen por ejemplo sin tener voz y voto en los asuntos económicos de su fiesta. Donde la pérdida de poder adquisitivo está tan presente como hace cuatro años. Donde se quiere responsabilizar a los falleros que se dejan su dinero cada año en un patrimonio cultural de primer orden mientras otros siguen aprovechándose de su trabajo, incluidas las propias administraciones, que recaudan y no aportan más que el aguinaldo.