Con febrero llegó la antesala del todo, o el principio del fin. El mes del lobo, el de las fiestas lupercales o la purificación de la primavera, aunque este año se la llevara el mérito el mes del dios Jano. El mes de ‘els dijousos de berenar’ o lardero para otros. El más carnal de todos los meses. Ese cuyo ancestral carnaval dejó morir Valencia para dar paso a la fiesta fallera. Un febrero que, quizás, por añoranza del pasado nos hace mirar al sur.
De la isla fluvial que un día abrazó el río Tirio, a la situada al otro lado del Caño de Sancti Petri. Una mirada desde la vieja Tyrius a Gádir, a esa tacita de plata tan fallera cuando llega su carnaval. Porque, aunque no lo crean, el carnaval gaditano es, en su canto, pura esencia fallera, o viceversa, y paradójicamente se inicia desde el más fallero de todos los teatros, el Gran Teatro Falla.
Al margen de la sátira desenfadada, mucho menos políticamente correcta que la actual ‘autocensura’ por la que transita la fiesta fallera, la cultura poética de ambas fiestas, defenestrados igualmente sus autores por el poder establecido, el libreto, o su ya centenario concurso oficial de agrupaciones y su culminación en su territorio natural, la calle, con cremà del Momo incluida, el Carnaval de Cádiz tiene otras similitudes y/o diferencias con la fiesta fallera.
Unos dirían que nuestro concurso de play-backs podría ser parejo al concurso de agrupaciones gaditanas, pero no, el nuestro es un concurso que igual valdría en León, Burgos, o incluso en la capital de Reino Unido, más cercano incluso a ésta por compartir mayoritaria y absurdamente la lengua.
De hecho, incluso se podría pensar que su concurso se asemeja al nuestro de teatro, pero tampoco. En Cádiz se pelean las televisiones públicas por pagar hasta casi 400.000 euros por retransmitir el concurso. Aquí nuestros insignes dirigentes no sólo pagan de nuestro erario para diversos actos, es que además no utilizan sus propios recursos para retransmitir, dar a conocer, promocionar y por ende divulgar la cultura fallera. Los del patrimonio y golpes en el pecho no sólo no retransmiten en directo, como sería de justicia, sino que incluso retiran del presupuesto la dotación que suponía grabar las representaciones teatrales, pagando a su vez una pasta anual por el alquiler de un local, realizado con fondos públicos, donde se nos trata como se nos trata. Recursos que ni acaban en esas inconcebibles galas, eternas eso sí, como una final del Falla.
Donde quizás tengamos una mayor similitud sea en el cartel promocional, o por lo menos antaño, ahora el gaditano es infinitamente más fallero que el de la capital fallera por excelencia, y que además se identifica con el carnaval, homenajeando incluso a sus poetas. ¡Qué locura! Emigrando veo ya a nuestros cartelistas por obra y ‘gracia’ del acarajotao del responsable.
Aunque si de algo tenemos de sobra en ambas fiestas, es a un buen número de carajotes, o como traduciría del gaditano fino ‘tontos por naturaleza’. Unos fanáticos saboríos (cabezones y sin gracia) con tipo (disfraz) de ‘artista’, que, creyéndose en posesión del genuino pelotazo, persigan otro tipo de pelotazo.
Por suerte, pese a que no exista mayor derrotista que quien calla, en ambas fiestas, y parafraseando al Capitán Veneno, existe una chusma selecta que sigue creyendo en la vida eterna de los Carnavales, como en la de las Fallas.