Carro vacío

ManoloDiscúlpenme que esté tan ceniciento y aguafiestas, pero es que uno ya no sabe cómo llevar el día a día de la fiesta con una sonrisa en la cara. Y es que siento pena. Pena y hastío. La pena es por nosotros; el hastío, por lo que nos rodea. Porque aquí, no gustándome un pelo ni la forma ni el fondo, habrá que hacer la raya en el suelo y empezar a preguntar a cada uno dónde quiere estar. Yo con los falleros, vaya por delante.

No puede ser que estemos siempre justificándonos, buscando excusas y pidiendo perdón a Valencia. No puede tolerarse ya el nivel de desapego que esta ciudad nos muestra a cada año que pasa. No puede ser que seamos simplemente el folklorismo amable del que todo el mundo quiere participar para hacer ver y sentirse que es ‘faller d’arrel i soca’, cuando en realidad, a nivel orgánico y más allá de la anécdota, le importamos un mojón. Porque las Fallas no se generan espontáneamente, ni los artistas son aquellos artesanos del cartón y la madera de antaño, ni los falleros somos esos ‘valencianots’ de buen humor que siempre estamos dispuestos a sobreponernos a los imponderables. Es que ya cansa, oiga.

Para que las Fallas se celebren se necesita organización, infraestructura, tejido social y económico, y sobre todo una voluntad enorme para que ciudadanos normales y corrientes se conviertan en gestores, cada uno de su parcela. Y con la tocada de narices que me lleva el fallerito de a pie, como para sacar la fiesta a la calle.

Lo de las carpas parece que moleste cuando lo nombramos. Y cuando dices que la carpa es necesaria para que las comisiones no se hundan en la miseria te miran mal y ríen, enarbolando lo de ‘menuda excusa’. Pues oiga, borremos las carpas, que después se borrarán los que están apuntados para el cachondeo, la paella y el gin-tonic, y con lo que quede plantaremos fallas. Igual con esos presupuestos ya le metemos la puntilla al artista fallero, y se queda con la lengua fuera en el albero. Y si no sacamos las fallas a la calle Valencia dirá que somos lo peor porque les negamos el poder celebrar la fiesta más grande del mundo. ¿Exagero? Ustedes pónganlo a prueba y verán.

La fiesta no es lo que era, es lo que es y lo que será. Lo que es hoy lo tengo claro, y lo qué será no lo sabe nadie. Lo que es hoy lo representa un conglomerado de falleros, festeros y otras hierbas. El tiempo pasa y no podemos vivir de la nostalgia. Lo tenemos reflejado en la propia sociedad con los usos y costumbres del siglo XXI. Y la fiesta para mantenerse necesita mantener ciertas estructuras. Las carpas, necesarias. Los cortes de calle, necesarios. Las verbenas, necesarias. Y las bandas de música, necesarias. La pirotecnia, necesaria. Tantas y tantas cosas, muy necesarias. Y me preguntarán… ¿y las fallas? Para mi vitales, pero necesitan del resto de cosas para seguir existiendo.

Sobre los artistas falleros también hay creencias erróneas. El artista es un artesano empresario que aspira, simplemente, a no tener que pagar para trabajar. Y creemos que aún estamos en los años setenta u ochenta. Todo ha cambiado demasiado, y la forma que tiene el arte fallero actual no es ni parecida a la que era. Es otra filosofía, pero no veo que muchos la acepten. Pues ya pueden ir aceptándolo porque es lo que hay. El arte fallero ha cambiado. Bienvenidos al nuevo siglo.

Volviendo al inicio, estoy cansado de tener que mirar a Valencia a los ojos y pedirle perdón por la existencia de las Fallas, cuando en realidad debería ser al revés. Valencia debería pedirle perdón a las Fallas porque, a pesar de todo los sentimientos negativos, problemas y trabas que nos pone, todavía seguimos haciendo su fiesta. La mejor fiesta del mundo.

JulioTres ya son tres, los años pasados; tres fueron, tres, y nada ha cambiado.

Como las hermanas de Elena, o los tres tristes tigres, tres han sido los años que han pasado desde aquel miércoles 30 de noviembre de 2016 cuando, en Addis Abeba, el comité Intergubernamental de la Unesco declaraba a la fiesta fallera Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

Más de un millar de días, 156 semanas, o las horas y minutos que tengan a bien calcular, desde que nuestras autoridades se hacían la foto que buscaban.

Una foto, un recuerdo, una fecha histórica, resumida en tres horas de visita gratis al Museo Fallero cuya obra expuesta ya pagaron; un concierto en el jardín de la antigua cárcel de Monteolivete; un pasacalle al compás del tabal y la dolçaina, y una minimascletà, ya que no hubo ni para una mascletà. Perdón, se me olvidaba, y la presentación de una guía de buenas prácticas. Doce páginas, incluidas portada y contraportada, que albergan tres decálogos subscritos por la ‘Comissió Municipal de Seguiment de la Declaració de les Falles Patrimoni Immaterial de la Humanitat’, comisión creada por el actual equipo de gobierno municipal, cuya primera medida sería vetar a Lo Rat Penat, institución cultural centenaria, y una de las promotoras del expediente que llevaría a la declaración de la fiesta fallera como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Una comisión de valores que sabe bien que quien se mueva no saldrá en la foto.

Todo un derroche de imaginación y poderío para festejar aquello que hace tres años era todo un logro y reconocimiento a la “creatividad colectiva”. Que iba a suponer la “salvaguarda de las artes y oficios tradicionales” o, como decía el concejal, un estímulo para buscar “la excelencia de la fiesta y la mejora constante”. En leguaje de calle, unos catorce metros de salvaguarda, palmo arriba, palmo abajo…

Hay que ser de bragadura muy holgada para que tres años después el decoro no rinda cuentas a ciertas bocas tan grandes como toda Etiopía, o que el mismísimo cuerno de África de donde vino la declaración no empitone a quienes tanta foto buscaron y que olvidaron sus razones con la rapidez de la velocidad de obturación que inmortalizó su brindis.

El Sr. Cinismo sería un año más el invitado estrella a la fiesta de conmemoración del patrimonio, donde el recuerdo de la obligación de salvaguarda se limita, según parece, al coste de doce páginas en couché brillo donde luzcan bien los logos institucionales, algún que otro estómago agradecido y una nueva foto que mantenga viva la llama del rédito político.

Mientras tanto, en sus casales, los pagafantas de la fiesta seguirán debatiendo sobre cómo sacar adelante el maltrecho presupuesto sin posibilidad de acto en condiciones la semana antes de fallas, o qué hacer con los pingües beneficios provenientes de las ayudas institucionales o beneficios fiscales que reciben como asociaciones culturales sin ánimo de lucro que sustentan un Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

Porque tres son también las administraciones ingratas; tres como eran tres, las hijas de Elena, que tres eran tres... y ninguna era buena.

PD: ¿Para cuándo un decálogo de buenas prácticas institucionales con una fiesta declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad?