El protagonista principal de la falla es el ninot, pero siendo la estrella siempre se ha visto necesitado del refuerzo de los detalles. Estos ‘detalles’, en argot fallero, son conocidos como ‘les putaetes’. Un calificativo que contiene los dos sentidos del trabajo: el coste, temporal, y por tanto económico, y el cariño con que los hacia el ‘tío Juanito’.
Juan Mateu Martí nació en Gandia (La Safor) en 1930. Su padre, trabajador de una empresa de fibrocementos, traslada a su familia a la capital, a la calle Quart, donde su madre trabajará como portera de una casa. Juan, con veintipocos, emigra junto a su hermano a Argentina a buscarse la vida como pintor. Allá pinta de todo, peluquerías, casas, bancos, y se casa. Se casa ‘por poderes’ con su novia española para poderse reunir en Argentina. Él firma los papeles allá y ella, aquí, tiene que realizar la ceremonia eclesiástica completa, apareciendo en las fotos junto a su propio hermano en el papel de novio. Era 1958 y la aventura argentina duró poco, aquello no era lo suyo y pronto regresan a Valencia.
Hace un cursillo en la escuela de Artesanos y empieza a trabajar como joyero engastador, primero en una joyería de la calle Serranos y después en Euro-sello, radicada en la avenida Portugal. Allí le pilla la crisis económica de los años setenta y lo pasa tan mal que sufre un ataque al corazón que le retira prematuramente del trabajo, con una pequeña pensión.
Esto produce un giro radical en su vida.
Durante los últimos años había entrado en contacto con José Ballester, gran amigo del jefe de la empresa donde trabajaba. Juan, para distraerse y mantener alguna actividad, comienza a visitar el taller del artista y colabora construyendo las cajas de madera para el transporte de las figuras de cera que el artista realiza para todo el mundo. Se hace con un espacio del taller, el rincón del tío Juanito. Al mismo tiempo, entra en contacto con el ‘tío Alejandro’, un hombre de pelo blanco que ‘desde siempre’ había sido el de les ‘putaetes’ y que se iba a jubilar. Le compra las máquinas, esencialmente la caladora de hilo, y las plantillas.
Juan aplica sus conocimientos de orfebre a esta nueva actividad y ‘engasta’ con precisión y perfección las más pequeñas piezas de cualquier detalle, bien sea la miniaturización de un monumento o el agrandamiento de un detalle pequeño.
Empiezan a llegar los encargos de los principales talleres de aquellos años: Vicente Agulleiro, Manolo Martín, Agustín Villanueva, Ángel Gómez, Miguel Santaeulalia o Juan Canet, con el cual siempre acababa enfadado porque ocultaba la faena que le había hecho.
Cobraba el material y poco más, para no perder nada. Así era, aunque en algún libro restan aquellos encargos pendientes aún hoy de cobro.
El taller de Pepe Ballester se había convertido en un laboratorio de pruebas dirigidas a la conservación de las figuras de cera. Cinco capas de cartón, poliéster por el interior, enteladas con siete pasadas de panet. Se ensayaba con la primera espuma de poliuretano para rellenar las figuras y se montaba la primera máquina de corte de hilo de poliestireno expandido ‘copiada’ de una traída por Alejandro Santaeulalia del parque tecnológico. Con aquella máquina de hilo y sus plantillas, Juanito ‘modela’ botijos, platos y otras piezas de ajuar para Armando Serra.
Sus obras, aunque pudieron pasar desapercibidas para muchos, ayudaron a componer las imágenes de aquellas fallas en nuestra retina. Entre ellas cabe recordar la torre Eiffel o el monumento a Vittorio Emmanuelle (Roma) para Agustín Villanueva en Na Jordana 1988 y 1989 respectivamente, las colaboraciones con Rafael Gallent en la fabricación de engranajes de madera para sus piezas móviles, y como no, la reproducción en cera de las más de cuarenta cabezas de los personajes del balcón del Ayuntamiento de 1987.
El robo en el taller de la maquinaria de mano que poco a poco había ido adquiriendo le sumió en el desánimo y dejó de hacer ‘putaetes’. Un maldito cáncer se lo llevo en 2001.
Juan Mateu pasó por las fallas puertas adentro, a pesar de haber participado en muchas noches de plantà, alguna colgado del ‘gaiato’. Siempre lo hizo en silencio, enfundado en su eterna bata de color beige, abrigado bajo su gorra y atento tras sus gafas. Y siempre lo hizo transmitiendo eficiencia, pulcritud y buen hacer.
Hoy en día, su legado, permanece atesorada por su hijo, Óscar Mateu, que también trabaja de puertas adentro en el taller de Javier Álvarez ‘Javito’. Pero esa es otra historia que algún día contaremos.
Foto: Fernando Conesa