Cada vez que llega la elección de la Fonteta se enciende la antorcha de parte del mundo de la fiesta que vuelve a clamar por la excesiva relevancia que se le da a la ‘peineta’. Ya saben que se utiliza el nombre de este complemento para designar la parte de la fiesta en la que la fallera mayor es la protagonista. Fallermayorismo, peineta, colorín, todos términos para señalar la pasión y el fervor, la intensidad y el interés que despierta el mundo de las falleras mayores en la sociedad festiva.
Con la misma fluidez que el peineta o la peineta comenta cualquier aspecto en redes sociales o en una charla de casal, tenemos al hater o la hater de la peineta que atiza con igual fluidez e intensidad en sentido contrario. Rajan de lo lindo al peineta y le dan más palos que a una estera justificando su vehemencia en que “eso no son las Fallas” y que “lo importante es la falla, el mal llamado monumento”. De lo del ‘mal llamado monumento’ ya hablaremos otro día, que hay para rato. Pero de esas dos afirmaciones que articula el hater hay que decir que una es una verdad como un templo y la otra es un error de base.
La verdad verdadera es que la falla es lo más importante de la fiesta. Orgánicamente, la fiesta fallera existe porque se plantan fallas. Punto pelota. Habrá quien aún quiera entrar en discusión, pero cuando una verdad es categórica, rotunda y no tiene peros, lo mejor es callar.
El error, a mi juicio, es pensar que algo en nuestra fiesta excluye y no incluye. Eso sí que no son las Fallas. Las Fallas aglutinan todo tipo de disciplinas, de artes, de idiosincrasias. Es una amalgama bendita de olor a pólvora, elegancia en el vestir tradicional, sonidos y melodías rítmicas, arte satírico y crítico, y por supuesto peinetas. Muchas. Y todos los aspectos son importantes.
Los arranques pasionales son los que traen a los detractores hacia el lado oscuro de la exclusión. ¿Exceso de peineta? Puede ser, no lo dudo. ¿Fallas bajo mínimos a nivel popular? Esto tampoco lo dudo, es así desgraciadamente. ¿Hay que poner en la picota al fallermayorista? Jamás.
Los excesos son malos compañeros, y quizá las sobredosis de peineta muchas veces actúan de catalizadores en las reacciones más adversas y enfrentadas de aquellos que, cual haters, abominan del fallermayorismo. Pero el fallermayorismo, junto a los ‘frikis’ de la falla que salen a ver plásticos, los que se pirran por las mascletaes y castillos, los que se pasan horas y horas en sus casales ensayando play-backs, presentaciones, teatros y, en definitiva, todos aquellos que viven sus vidas desde la pasión fallera, son los que hacen las Fallas. Y yo, ante los que fomentan las Fallas, los que generan que esta fiesta siga andando, pagan cuota y aseguran su continuidad, me quito el sombrero.
Dicho esto, déjenme que sea ‘peineta’. Lo del proceso de elección de candidatas hay que reformarlo sí o sí. No puede ser tan largo, tan extenuante, tan como es. No me pregunten cómo sería el proceso perfecto, ya les adelanto que no lo sé, pero lo que sí sé es que necesita un revulsivo. Como también necesita un cambio radical el acto de la Fonteta. Independientemente del cúmulo de circunstancias que hicieron de la elección de este año un evento accidentado, creo que no hay que buscar culpables, no hay que buscar motivos, no hay que buscar. Hay que encontrar. Encontrar soluciones y de forma efectiva. No me refiero simplemente a mejorar el acto, estoy refiriéndome a realizar un análisis profundo y pensar qué queremos y cómo lo queremos con una pregunta fundamental: ¿queremos solo escuchar el veredicto o queremos una noche de luz, música y gala?