Como todo el colectivo fallero en particular y los valencianos en general sabemos, la figura de la Fallera Mayor es un icono que todo el mundo ha respetado siempre y que seguirá respetando.
Pero, claro, la regla, como suele ocurrir siempre, sigue teniendo excepciones, aunque, eso sí, por parte de personas sin relevancia que lo único que pretenden es hacerse valorar, cuando su cruda realidad es que ni sirven ni podrán hacerlo jamás. Como entenderán, me estoy refiriendo a algún columnista de tres al cuarto que no hace mucho pretendió hacer un comparativo con la mascota de la Legión Española.
Y es que la irresponsabilidad raya en la vulgaridad, la inconsciencia, el mal gusto, las ganas de enfrentamiento gratuito y sobre todo la idiotez injustificable.
La verdad es que, aplicando el refranero español, este buen hombre no sólo no ha podido ofender, sino que ha demostrado un sentido de las cosas fuera de lugar y por lo tanto no lo hace, pero había que decirlo. Claro que existe la libertad de expresión y que cada cual puede opinar de las cosas, pero eso es una cosa y la falta de respeto a, entre otros, los iconos de grandes colectivos, está fuera de lugar. La crítica constructiva es buena porque ayuda a superarse, pero la mala fe produce el efecto contrario, sobre todo cuando se pone en negro sobre blanco.
Otra crítica que me permito hacer es a los y las inconscientes que, al no sentir sus deseos cumplidos respecto a la elección deseada, arremeten personalmente contra la recién elegida como Fallera Mayor de Valencia. Todos sabemos que la envidia insana no es buena compañera y nos lleva a la inconsciencia y al mal gusto. Hay que respetar el dictamen del jurado, que a buen seguro conoce bastante más a la elegida que el resto de personas que no tienen contacto directo con ella.
También habría que pensar que, de quien hablamos, es una persona perteneciente al colectivo, una compañera, que, como es el caso, no tiene ninguna experiencia en cargos similares, no ha luchado desesperadamente por conseguir lo que le ha otorgado el jurado, ni viene a comerse a nadie. Lo que sí tiene, en éste y en casi todos los casos, es una preparación y un nivel cultural que, a buen seguro, supera con creces a aquellos o aquellas que se permiten esas libertades.
Ni quito ni pongo rey, pero defiendo lo que considero que es un deber como persona vinculada al colectivo y como medio de comunicación especializado en esta gran fiesta tan tradicional y tan longeva.