Comenzamos el último mes antes del final. De sacar de nuevo la fiesta a la calle y dejar pasmado a todo aquel que quiera mirarnos con buenos ojos, porque aunque nos empeñemos en decir que la fiesta es la más grande del mundo, para mi pasmo veo día tras día que los mismos valencianos niegan a la fiesta el pan y la sal. Con el debido respeto al resto de manifestaciones festivas españolas, si hiciéramos encierros o lanzáramos tomates igual se nos trataba con más respeto. Pero esto es harina de otro costal.
Llega el momento de plantar y quemar. Se abre del nuevo un agujero de gusano, ése que, dicen, serviría para viajar en el espacio y el tiempo. Habrá un paréntesis, en el cual ya les digo que todos nos olvidaremos de todo lo que ha pasado hasta el 1 de marzo. Nos olvidaremos de polémicas, de envites, de cornadas y de rejones malmetidos. “Tabula rasa” y a la calle, “a fer la millor festa del món”. Y no me parece mal. Nada mal. Ya nos toca la alegría porque sí, y la fiesta porque nosotros lo valemos. Pero una salvedad. Cuando llegue el 20 de marzo acordémonos de todo, porque si no volveremos al “día de la marmota”, y hay cosas que ya no se pueden tolerar. El material de la realidad fallera se está resquebrajando, y a gritos se piden cambios. Olvídense de ejemplos objetivos; no se queden con la anécdota. Hablo de un cambio de actitud total. La fiesta, anclada en los conformismos, ya no se resigna a ser lo de siempre. Quiere cambiar. Y cambiar no quiere decir, necesariamente, hacer las cosas siempre a mejor o peor. Simplemente es cambiar, algo diferente, algo más acorde a los tiempos que nos ha tocado vivir. La marejada social en la que navega España también acompaña. Y la tripulación de la nave pide una brújula, un punto cardinal hacia el que viajar. Y el cambio se barrunta en la lontananza.
La fiesta ha de avanzar. No sé ya si un Congreso Fallero es la solución o no, pero por lo menos aclararía muchos conceptos y le veríamos el cartón a más de uno. Hay que salir al ruedo y ser valiente. Proponer, perder y ganar.
La Asamblea de Presidentes ha presenciado este año no pocos momentos que parecían ser el principio de algo. Y eso es bueno para las Fallas, sí o sí. De las sesiones salieron aprobadas la nueva clasificación y la dinámica de elección de jurados. Se escuchó la propuesta de Santa María Micaela en la que se estipulaban subidas y bajadas de las secciones, y se votó, siendo en este caso el resultado un “no”. Y se escuchó a un presidente, el de Sevilla-Dénia, pidiendo que las exaltaciones de las Falleras Mayores sirvieran para hacer una donación a los que más lo necesitan. La Asamblea, si quiere, puede. Otra cosa es lo que pueda hacerse o si se le condiciona el voto de alguna forma. Que también lo hemos visto.
Hay que ser valientes. Debemos tomar las riendas de nuestro propio destino fallero y encaminar los corceles a donde queramos llegar. Es el momento de cabalgar hacia el amanecer, como en las películas de vaqueros.
También es el momento de disfrutar. Que llegan los días grandes y las fallas saldrán a la calle. Y allá irán nuestras ilusiones. En este punto quiero ser romántico. Qué bueno es saber que existen las fallas, lo que se quema, los monumentos. Porque al fin y al cabo, el centro de la fiesta nos da las alas a los que amamos el arte efímero para poder luchar, día a día, por una fiesta como la nuestra.