Semanas atrás leíamos que medio millón de sevillanos estaban llamados a participar en una consulta popular sobre cambios en una de sus fiestas tradicionales más señaladas. Dos eran las preguntas que se lanzaban, y que correspondían a cuestiones sobre la ampliación de la Feria de Abril de 2017 y el hecho de que la feria siempre cuente con un día festivo.
Independientemente de resultados y niveles de participación, así como la realidad de que la consulta no sea legalmente vinculante, déjenme elucubrar con el hecho en sí y con la extrapolación a la fiesta fallera. No en temas de gestión burocrática o aquellos que orgánicamente corresponden directamente a los distintos estamentos que componen las Fallas. Quiero fijarme en temas de mayor interés público, aquellos que suscitan controversia, que desatan polémicas y que, dentro del tejido asociativo de la fiesta, podemos considerar como ‘material sensible’. Una consulta sobre el día de San José y la conveniencia de trasladarlo a lunes; sobre si gustan las fallas municipales o si habría que cambiarlas; sobre si hay que publicar o no los versos de Ampar Cabrera -que de nuevo vuelve a ser la que debería escribirlos-; sobre el tipo de ambientación musical que se quiere en el balcón; si se quiere o no determinadas acciones promocionales de la fiesta, o si queremos o no una Junta Central Fallera fuera del Ayuntamiento de Valencia. Está claro que con el Reglamento Fallero hemos topado en algunas de estas cuestiones, pero al no ser vinculante, por preguntar que no quede.
Estarían convocados a expresar su parecer miles y miles de falleros. Si somos cerca de 100.000 -fallero arriba, fallero abajo- los que pertenecemos a una comisión, y a esa cifra le restamos todos aquellos menores de 18 años, tendríamos quizá un guarismo de más de 60.000 personas. Ellos serían los llamados a votar. ¿Cuántos contestarían a esa llamada?
Qué quieren que les diga. No dejo de imaginarme a esos falleros de cuota y cubata en mano diciendo “¿y ahora tengo yo que hacer esto de votar?”. Esos que sólo bajan al casal cuando hay himeneo, canapés y francachela, pero no cuando hay que arrimar el hombro. Esos que espetan el “yo tengo derecho, yo pago mis cuotas” cuando alguna decisión tomada en directiva y junta general ordinaria, incluida en el orden del día y votada según manda el reglamento, no les gusta. Esos que despotrican en la semana fallera y se encaran con el presidente o cualquier otro para cantarle las cuarenta, y exigir más tickets de barra, y más cenas, y más verbenas, y más orquesta, y menos dinero para falla, “total, para no ganar”. ¿A que reconocen la escena? Esos a los que me refiero son falleros. Sí, lo son porque están censados en una falla.
Creo que en los resultados nos llevaríamos más de una sorpresa. Los designios del fallero son volátiles, como el viento. Y en la participación, por desgracia, no nos llevaríamos sorpresa alguna. Ya les digo yo que sería baja. Por los suelos.
El reto en el mundo de las Fallas no es tanto cambiar como hacer que la fiesta en sí interese más al fallero. A todos los falleros. Ahí está el verdadero trabajo a realizar.