Hace apenas un par de años escuchábamos hablar de la necesidad de un cambio en la fiesta fallera. De romper esa aparente barrera psicológica en la que la política la había convertido. “La Asamblea de presidentes, teóricamente el máximo órgano de debate y decisión de las comisiones falleras, ha tendido a ser desmovilizada, convirtiéndola en un simple foro de asentimiento a las propuestas del equipo de gobierno, esquivando los mecanismos participativos, deliberativos y desincentivando las propuestas críticas o de cambio. Paradójicamente, la insistencia oficial a no politizar la fiesta se ha hecho desde una clara postura política e ideológica, desde el momento que el presidente de JCF es un concejal de un partido político con sus intereses electorales”. Había que acabar con ese “clientelismo y trato paternalista” al colectivo fallero. Pues bien, estas frases, salidas textualmente de la ‘Proposta de Govern Festes i Cultura Popular 2015-2019’ de Compromís, parece que lograron su cometido, y esa Asamblea a la que tanto y tantos habíamos criticado por su ‘cabotà’, complacencia e hibernación se levantó de su letargo, retomando el papel que no debía haber perdido nunca, y lo hizo abiertamente, sin ideologías ni tutelas. La Asamblea es soberana, sí, y esta vez quienes lo demostraron fueron los falleros en su foro. Nada de frases huecas en discursos complacientes mientras los hechos evidencian lo contrario. El fallero perdió en una semana aquel miedo que le atenazaba. Sin carné de ningún tipo en la boca y dando la cara frente a una presión a la vieja usanza que llegó a ser realmente sucia. Donde quienes tanto habían luchado por despertar aquel letargo, parecían ponerse al otro lado de la bancada acusando a propios y extraños por no perder el calor de la cazuela, sin más razón que la intransigencia y el adoctrinamiento que tanto habían criticado.
Una campaña de claros tintes políticos para quienes les iban intereses en juego, que comenzó acusando de engañar a presidentes haciéndoles firmar papeles en blanco, y que desembocó en una cruzada mediática político-festiva con plumas al dictado donde había que salvar como fuese al ‘soldado Pere’. El concejal era transformado en víctima de una campaña orquestada supuestamente por un “inmovilista y recalcitrante sector fallero”, que paradójicamente era quien quería frenar dos meses antes este despropósito, alejando la injerencia política, hablando de pluralidad y consenso, en definitiva, del Reglamento Fallero. A lo que llegan algunos para justificar su búsqueda del quién, en lugar del por qué.
Como decía Groucho Marx, “la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”, y eso que el genio no conoció a quienes rigen el colectivo fallero. Pero todo tiene un límite, y más si se es reincidente. Las disculpas llegaron tarde y más si eran con ‘condiciones’.
Por muchos bandos que quieran crear, la proclama electoral de Compromís se hizo carne. La Asamblea fue soberana, habló y decidió, desde la educación y el respeto, sin aspavientos ni ofensas, pues todo es debatible entre falleros, ya que, en el fondo, a todos les une el mismo interés. Pero bueno, parafraseando a un grande que, lamentablemente, nos dejó hace unos días: “o por lo menos, ésa es mi opinión”.